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sábado, noviembre 07, 2020

FALLA

Publicado por Yo soy Escribidor |


Ayer no escribí por este medio. Resulta que me enredé ─como dije en otro post: en las mismas cosas de siempre─. Decidí en la noche en que no había necesidad de culpa. La culpa: ese vicio que heredamos de nuestras tradiciones judeocristianas. Hace años tomé la decisión de no dejar que las culpas teológicas me hicieran daño; pensé que lo había hecho en mi caminar cristiano, hasta mis días. Eso fue hasta que conocí el gimnasio, la comida sana, el trabajo de escribir, arreglar el cuarto, combinar ropa, tomar agua, disminuir los lácteos; y ahora: usar tapabocas, lavarse las manos, no rascarse la cara, usar bloqueador solar, las cremas para no envejecer; y las que vienen: descartar la comida rápida, ser impecable en el bloqueador solar ─porque ahora resulta que debe ser uno que sea tal cual por cual─, leer las tablas nutricionales, descartar el azúcar ─con sus ramajes inverosímiles y extenuantes─ y usar estevia, comprar un desodorante sin parabenos, champús sin sal y no dejarme las uñas pintadas más de cinco días. 

Digamos: me liberé de una culpa religiosa ─no creo en la condenación eterna, en el pecado, en el infierno y en cosas así─, pero se traslada, como una plaga, a otras instancias de la vida. ¡Qué cansancio es la culpa! 

Por eso, al no escribir ayer, y sentir que tenía un compromiso impajaritable, me dije que lo haría hoy y disfruté un wrap y una película ─claro, cuando llegué a casa me tomé un vaso de agua con linaza; y hoy, en ayunas, un vaso de agua con vinagre de manzana─.

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Porque al que se le conoce hoy como profeta se le llamaba vidente: