“El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria”
Ernesto Sábato
Si lo que querían saber es que si soy rebelde… pues lo soy. Si ser rebelde es tener el pelo largo, como un rastafari o de cualquier color; entonces lo soy. Bajo tu corta óptica lo soy. Soy rebelde porque escucho lo que quiero y voy donde quiero; porque leo a Benedetti, y de vez en cuando, miento madre. Entonces lo soy, soy rebelde según lo poco que ves de mí.
Pero no soy rebelde por lo que leo, ni siquiera por lo que pueda decir en el éxtasis, lo soy porque quiero parecerme a Jesús, porque quiero parecerme a Él, quiero seguir sus pasos y que el polvo de sus sandalias se pegue a mi cuerpo. Quiero ser rebelde gritándole a la religión institucionalizada que sus errores son tan evidentes y que están próximos a desaparecer. A dar solución en lugar de condenar a ligereza; a dejar de enviar, a mi antojo, personas al infierno simplemente porque no caben en alguna doctrina de mierda.
Soy rebelde levantando en alto la bandera en contra de la religión. De la religión vacía y sin sentido que el Cristo vino a deshacer, de la religión que nunca ha hecho nada por mí, y nunca hará nada por los demás. De la religión que me ha separado de quienes amo, y que decidieron odiarme.
Por esto soy rebelde, porque simplemente estoy en pie de lucha en contra de tus estupideces, de tu enanismo mental y satánico. Por alienar más jóvenes y enajenarlos para cumplir órdenes que son imposibles de cuestionar. Sí, cuestionar. Cuestionar la vida, la existencia, cuestionar a la historia bíblica, hacer preguntas que Dios no responda, pero que sepa que las hago. Rebelde porque los predicadores me aburren a ratos, porque las liturgias eclesiales me parecen llenas de nada, porque no encajamos quienes queremos al Dios del universo siendo real en las vidas, viéndolo actuar como antes, tan real como en el Antiguo Pacto, sintiéndolo glorioso en esta dispensación.
Rebelde porque la gente me engaña diciéndome que Él está en un sitio; y, fuera de Su irrefutable omnipresencia, no hay destellos de Jesús en ninguna parte.
Rebelde porque quiero amarlo, quiero ser como Él, capaz de revolucionar los cimientos carcomidos de los asuntos sin sentidos. Un Dios hecho hombre que coge látigos de ira, emite gritos de descontrol a la tempestad, camina por encima del mar haciéndose pasar por un fantasma. Un Dios que hace a la gente pensar con preguntas inteligentes (¿Quién dice los hombres que soy?). Que llora al pie de una tumba; que resucita la esperanza. Que sana cuando le dicen que no es lícito sanar. Que sabe de lo que habla siempre. Que tiene la razón. Rebelde en un sentido más amplio del que conocemos. Su rebeldía me motiva, me apasiona, me transforma.
Escribo esto sin importar lo que pienses de mí. En este momento de mi vida, ni mi madre santa que me parió, me somete a nada; tampoco lo harán tus bonitas palabras traídas de los cabellos, para hacerme creer lo malo que soy o de lo distante que estoy de la Gracia.