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jueves, julio 15, 2021

Desánimo

Publicado por Yo soy Escribidor |

En estos días he pensado en el desánimo. No solo el mío, sino de uno virulento que se palpa. Quizás, pienso yo, que la pandemia ha incrementado las crisis propias y ajenas. Me he puesto a pensar porque veo a mis allegados ─y a otros tantos que no lo son─ en un debacle emocional. Hay un desánimo generalizado que me duele y que ha sido una inundación de pensamientos de desastres y el aviso de tsunamis posteriores. 

He pensado en el desánimo ─en la depresión, en la tristeza, en las ideas de no levantarse nunca de la cama, de no bañarse, de no peinarse, de no encontrar sosiego ni siquiera en comer chocolates o en el sexo, en la idea de buscar qué hacer para no pensar, o en el cansancio que produce trabajar o estar sin empleo─ y cada quien apunta a su mal: «Mi dolor aumenta más que el tuyo», pero no es cierto: la empatía nos exige algo que ya quizás no podemos: todos sufrimos y nadie se ocupa de nuestros fracasos, de nuestro helados que se caen al piso, de las nubes negras que hacen llover más adentro del cuarto que afuera. Todos lloramos sobre los bancos de los parques, sin consuelos, esperando que alguien ─nadie─ venga a rescatarnos; parece que no hay salida. 

Quizás es la pandemia, el encierro, la presencia de la muerte o lo que sea que no entiendo lo que nos ha hecho torpes sobre este desconocimiento: «Hey, estoy sufriendo, préstame atención», y yo respondo, dentro de mí y con una empatía destruida: «Yo también sufro y también se me acaba la vida con cada respiro».

Este desánimo pasivo es un virus del que creíamos podernos liberar, pero no es así. Justo ahora recuerdo las palabras de E. G.:

«Como Jesús, gritamos abandonados de Dios. Él, desnudo, humano total, atado a la cruz; nosotros, experimentando sin atenuantes el dolor de ser la humanidad. Estamos clavados a todos los maderos. Gritamos frente a la muerte y nadie nos escucha y nadie nos dirá "¡Lázaros, vengan fuera!"».

Qué miedo que nadie venga a rescatarnos.