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Al leer el libro, que como siempre traduciré, llamado El Jesús que perdimos de Patrick Henry Reardon, podemos encontrar un texto que intenta hablarnos de la Humanidad de Jesús, en un viaje por las instancias de la vida del mismo. Vemos elementos de Su crecimiento, Su relación con la gente, Su vida con Dios, el desarrollo ministerial con las mujeres, y una suerte más de todo lo que, aparentemente, un humano pueda encontrar en un transcurrir a mano de Dios.
He dicho 'intenta' porque el libro en cuestión sí podría considerarse un buen libro, pero cuando éste no ostente mostrar una Humanidad de un Dios que, al leerlo, no se encuentra. El libro, sin duda, sirve como referencia etimológica porque el autor pone a prueba su conocimiento (o sus investigaciones en este punto) al servicio de descifrar los textos antiguos del Nuevo testamento. No obstante las buenas intenciones del autor, no creo que El Jesús que perdimos. La sorprendente Verdad acerca de la Humanidad de Cristo sea un libro que sustente, no únicamente la Humanidad de Cristo, sino, de paso, la nuestra tan atiborrada de conflictos y de sinsentidos. No es, sin duda, el libro que uno quisiera leer cuando uno se enfrenta a la existencialidad, porque, después de todo, la etimología de un texto antiguo, nada puede hacer con la vida y la Vida.
Por ello, considero que el libro puede ostentar ser bueno, siempre y cuando se haya enfocado en lo que realmente dice; y no pretendiendo resolver la Humanidad de Jesús cuando, en realidad, no lo logra.
Ahí lo tengo. Tiene referencias interesantes. El libro tiene una buena portada. Pero no satisface el requerimiento de explicar el Ser del Hombre Cristo. Por tal razón, creo que cuando el autor le pone el nombre al libro, quizás me ha dado entender lo que él mismo no quiso dar a entender: que ese Jesús perdido es el que se diluye en sus líneas, y que, como es obvio, tampoco lo encontramos aquí.
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lunes, enero 07, 2013

MUERTE MÁS ALLÁ DE LA VIDA: MAYAYA

Publicado por Yo soy Escribidor |



 "La muerte es una tediosa experiencia; para los demás
sobre todo para los demás."
Mario Benedetti

Mayaya 2009

Hace algunos meses tuve un sueño donde sabía que mi abuela moría. En el sueño, no era la muerte quien la tomaba porque ésta había quedado fuera del alcance de Mayaya1; había sido Dios mismo quien había determinado cuándo y cómo. En el sueño, si mis recuerdos no me fallan, el Señor se la llevaba porque ya su vida era de ella, y que no se trataba de que la Muerte pudiera hacer algo en la anciana centenaria.
Mi abuela burló a la Muerte en todos los años de sus cientocinco años de existencia. Y burló, de paso, estos últimas semanas, a quienes ya ajustaban sus lágrimas y bolsillos para enterrarla. Se suponía, según los ajustes de mi tía, que debió haber muerto hace como 20 años, cuando, dicho por ella, el Señor había mostrado que se la llevaría; me sonaba como un viaje interestelar, donde la nave nodriza se llevaba a mi abuela. Sin embargo, tales apreciaciones fueron esquivas todos estos años.
Durante estos meses, estuvo visitando más que nunca clínicas. Alguien podría decir que había perdido facultades esenciales; no era así. Mayaya nunca perdió la lucidez, el buen humor y no fue víctima de enfermedades penosas. Tenía, desde luego, ancianidad, que ya a esa altura del juego, eran horas extras; pero nunca vi a una vieja enclenque, pusilánime y dada a la muerte.2 En estos afanes de la vejez, ella estuvo hospitalizada muchas veces, como he dicho, a tal punto que la situación, en un momento, se puso aguda, que vi a mi papá entristecerse y pelear constantemente con sus hermanos en la búsqueda del mejor sitio para sepultar a mi abuela. Fueron momentos donde le intenté explicar a mi papá que 105 años son más allá de los esperados y de los vividos; no obstante, como es obvio, mamá es mamá y las tristezas de la muerte son evidentes. A pesar de esto, un día, en medio de los afanes que he dicho, tuve la sospecha que Mayaya les iba a dejar la peluca, y que no se iba a morir, dejándolos que vieran un chispero. Así fue. Mayaya no murió y salió victoriosa, una vez más a su casa.
Por eso, esa madrugada a las 4:30 de la mañana, cuando sonó mi celular y vi que era mi papá, supe que algo había pasado. “Avísale a tu mamá y a todos allá que mi mamá falleció”. Y supe que Mayaya se murió cuando le dio la gana, que, a pesar de haber estado en la clínica, ya nada indicaba que moriría. Se murió cuando Dios quiso. Y me da por pensar que en realidad fue como en mi sueño: que fue el Señor mismo quien se la llevó, que la Muerte fue sorbida en su vida, que, después de todo, murió como todos quisiéramos: dormida, sin sufrir, serena, vieja y llena de historias.
Mi papá está evidentemente triste, pero sé que Mayaya donde esté se puede burlar con ahínco porque les hizo mamola a todos los que esperaban su descenso mucho tiempo antes de los que ella pensaba morir. Y recuerdo, fascinado, su buen humor cuando estaba internada, cuando gritaba como loca que no sabe lo que dice, pero que lo sabe: “Mayaya se murió, Mayaya se murió”; y mi tía Juanita que le decía que No mamá usted no se ha muerto; y todos sabíamos que le mamaba gallo a la Muerte, impotente ésta porque en realidad no se había muerto.


1.    Mayaya era el nombre con el que nombrábamos en la familia a mi abuela. Surgió de “mama Adriana”.

2.    Tanto es así que ya había escrito una hazaña macondiana de ella con la Muerte, en un blog furtivo que nunca llegó a mucho. Lea AQUÍ