ODIO AL DANCE HALL
ODIO AL BLACKBERRY
Para comenzar, tengo que enfatizar que este odio no tiene un fin especial con la marca. Es más: si alguien desea regalarme un Blackberry lo aceptaré sin oponer muchas resistencias. Pero lo que que sí odio, arraigadamente, dentro de los odios, que no sabré cuánto durarán, es lo que se ha generado en la vida por ellos.
Odio la incomunicación de la comunicación que proporciona la virtualidad. Odio que se cambien un lenguaje por un paralenguaje que a mí me resulta, muchas veces, incomprensible (Ej.: amr, komo sts, dnd, etc.) Odio que quienes tienen treinta mil amigos en Facebook, no son capaces de tener una conversación adulta con alguno de sus 'amigos' porque carecen del sentido que tiene la amistad: las caricias, palabras de frente y frases bien elaboradas, y porque resulta que ninguno de esos 'amigos' son amigos en realidad que les resuelvan nada.
Odio cuando todo se justifica porque todos lo hacemos y porque Tigo ofrece paquetes de mensajes a un precio razonable. No pretendo decir que yo no he utilizado los mensajes de textos, ni el Facebook o el Twitter, sino que al cambiar la realidad por una realidad que no existe, me parece nefasto para alguien que profese veracidad.
Odio que la gente (amigos, familia e inclusive desconocidos) lo desplacen a uno por alguien que no está presente y que sólo puede existir, en el mejor de los casos, en las teclas del Blackberry. Odio a quienes pretenden tener amoríos reales y ficticios por medio de lo que mal dicen en sus teléfonos.
Aun cuando no odiaría nunca un mensaje de texto cuando éste sólo confirma lo que en vivo se hace; esos tantos que recibo de quienes quiero.
Odio las mentiras que uno se dice acerca del peso, sexo, preferencias políticas, etc. Y odio que la gente no se dé cuenta que hay cosas más importantes en la vida que andar mandando mensajes todo el día. Alguien tiene que decirle a los demás: ¡No todos tenemos un pin!
Odio a quienes se reúnen en un sitio a mandarse mensajes entre ellos. Odio el odio a las distancias virtuales. No odio tanto el Blackberry como lo que sí logra en adolescente y jóvenes carentes de amor real y especial.
Hace poco, al no prestarle atención a B. por estar pegado al mesenger, B. me miró a los ojos y con carácter me dijo: ¡Hey, préstame atención! Con quien chateas no existe, no es de verdad, en cambio yo sí estoy aquí. Yo, sorprendido tuve que aceptar que B. había aprendido bien y que tenía razón.