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miércoles, junio 15, 2011

ODIO AL DANCE HALL

Publicado por Yo soy Escribidor |


Mi sobrino fue a la cocina a buscar agua. Me sorprendió lo que cantaba a sus cuatro añitos: Contra la pared eee, contra la pared eee. Me cobijó el sentimiento de vejez y, además, la claridad que he dado un salto generacional. Aún así tengo que decir que tengo un odio fehaciente y visceral por el Dance Hall.
Todo comienza cuando la gente empieza a decir danzal debido a las incapacidades lingüística que supone otra lengua. Es un baile que, como su nombre indica, se da en un Hall y ahí, a falta de espacio, se recuesta el genital en una suerte de sexo con ropa. Odio ese baile tanto como las letras de las canciones de cantantes que no proponen nada: hablar de culeo, bareta, te la meto, me la chupas y cosas por estilo, sólo originan que los jóvenes, carentes de un desarrollo adecuado de su personalidad (y de sus etapas) crean que la vida es así. Que uno puede tener sexo con quien quiera y que cualquier mujer se la chupa a uno o le da el culo o cosas por el estilo.
Y termina la gente creyendo que los hombres somos una máquina de sexo y que somos más pene que cerebro. A larga se concluye que el pene es más cabeza que la cabeza.
Y termina creyendo la gente que las mujeres sólo sirven para el baile y para que uno se excite al son de las canciones carentes de peso argumental y crítico, cuando uno le recuesta el falo a la niña, pensando que ésta es más parecida a una estrella porno porque, a la larga, baila igual.
Reconozco no entender el respeto que alguno le profesan a la estupidez. Y al parecer muchos tantos, que no saben ni pronunciar Dance Hall, se olvidan que existe vida musical más allá de las letras irresponsables del danzal, y que, de alguna manera, quienes terminan criando a los pelaos son aquello que ven y oyen por ahí.
Si me preguntan, prefiero la salsa, el merengue, el rock, la balada, el vallenato y por el estilo, siempre y cuando no exista el hilo conductor de la vulgaridad. Y prefiero bailar -cuando lo hago: pocas veces- con alguien a quien sería incapaz de faltarle el respeto y que sé que nos une cosas que van más allá del contacto genital.
Por esto es mi odio: para que todos sepan que odio esta música, me produce urticaria, me da peso de conciencia, me da miedo traer hijos al mundo, es una gran mierda, si puedo decir.

jueves, junio 02, 2011

ODIO AL BLACKBERRY

Publicado por Yo soy Escribidor |

Para comenzar, tengo que enfatizar que este odio no tiene un fin especial con la marca. Es más: si alguien desea regalarme un Blackberry lo aceptaré sin oponer muchas resistencias. Pero lo que que sí odio, arraigadamente, dentro de los odios, que no sabré cuánto durarán, es lo que se ha generado en la vida por ellos.
Odio la incomunicación de la comunicación que proporciona la virtualidad. Odio que se cambien un lenguaje por un paralenguaje que a mí me resulta, muchas veces, incomprensible (Ej.: amr, komo sts, dnd, etc.) Odio que quienes tienen treinta mil amigos en Facebook, no son capaces de tener una conversación adulta con alguno de sus 'amigos' porque carecen del sentido que tiene la amistad: las caricias, palabras de frente y frases bien elaboradas, y porque resulta que ninguno de esos 'amigos' son amigos en realidad que les resuelvan nada.
Odio cuando todo se justifica porque todos lo hacemos y porque Tigo ofrece paquetes de mensajes a un precio razonable. No pretendo decir que yo no he utilizado los mensajes de textos, ni el Facebook o el Twitter, sino que al cambiar la realidad por una realidad que no existe, me parece nefasto para alguien que profese veracidad.
Odio que la gente (amigos, familia e inclusive desconocidos) lo desplacen a uno por alguien que no está presente y que sólo puede existir, en el mejor de los casos, en las teclas del Blackberry. Odio a quienes pretenden tener amoríos reales y ficticios por medio de lo que mal dicen en sus teléfonos.
Aun cuando no odiaría nunca un mensaje de texto cuando éste sólo confirma lo que en vivo se hace; esos tantos que recibo de quienes quiero.
Odio las mentiras que uno se dice acerca del peso, sexo, preferencias políticas, etc. Y odio que la gente no se dé cuenta que hay cosas más importantes en la vida que andar mandando mensajes todo el día. Alguien tiene que decirle a los demás: ¡No todos tenemos un pin!
Odio a quienes se reúnen en un sitio a mandarse mensajes entre ellos. Odio el odio a las distancias virtuales. No odio tanto el Blackberry como lo que sí logra en adolescente y jóvenes carentes de amor real y especial.
Hace poco, al no prestarle atención a B. por estar pegado al mesenger, B. me miró a los ojos y con carácter me dijo: ¡Hey, préstame atención! Con quien chateas no existe, no es de verdad, en cambio yo sí estoy aquí. Yo, sorprendido tuve que aceptar que B. había aprendido bien y que tenía razón.