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martes, noviembre 17, 2020

IMAGINACIÓN

Publicado por Yo soy Escribidor |

Imagina que despiertas un día cualquiera. Es otro país, otra ciudad, otra realidad; ni siquiera es una realidad, una ciudad o un país que podrías nombrar. Te despiertas un día cualquiera porque un rayo entró por la rendija de la ventana. Respiras. Caminas y abres la ventana y ves el panorama: un sol que brilla como una resurrección. Respiras. Hace rato que te dejaron en la estufa un café caliente. Te lo sirves mientras sientes el olor de una vida que pareciera prestada, pero no lo es. Tomas el celular y ves las noticias del día y no te asombra que no ocurre nada malo: la vida es como debe ser: una utopía: es como volar en las pesadillas. Al rato te alistas para trotar, hacer algo de ejercicio; después de todo, no hay afanes distintos que no pudieras aplazar por la prioridad de mover el cuerpo «por salud», dices. 

Regresas y ves el rostro que te hace delirar. Su sonrisa es un trago de vino, o de cerveza, o de agua, o de té, o de la bebida que te gusta: es casi un skin care luego de maquillarse de payaso. 

Trabajas. Recibes un buen pago. Tienes tiempo suficiente para las compras necesarias ─¡ay!, el arroz, la leche, el pan─, pero también para el placer culposo ─los chocolates, los adornos para la mesita de centro, los zapatos que no necesitas─. No te abruma el futuro porque será igual de bueno que todo tu presente: no dices esas mantras de «el presente es un regalo» porque no lo necesitas. 

Pero no es así: te levantas y abres los ojos y sientes la arena pesada en el estómago. La luz del sol te corta la respiración como a un vampiro que está a punto de ser traspasado por una estaca.  La vida no te alcanza para el café y menos para el skin care o para los zapatos innecesarios. No trabajas a tu tiempo porque tu tiempo es el tiempo de los demás. No vives cada día. Trotar es un lujo que el tiempo no te da y para el ritmo cardíaco ya tienes las taquicardias a cualquier hora del día. Los huracanes se llevan lo inimaginable. Amaneces vivo y agradeces ─¿a quién se le agradece?─ no ser tú uno más en la lista de los que mueren sin razones aparentes. Tragas el agua que te mandó el médico ─«ocho vasos al día», dices mientras piensas que hay que pagar el recibo del agua porque sino no habría ni ocho, ni siete, ni uno─ ,y cada vaso es un vidrio que pasa para cortarte la conciencia. El río ha inundado tu cuarto mental y preguntas cómo llegaste a esto. Te dices que el presente es un regalo para tener la fuerza de atravesar hasta el futuro. 

La distopía es tu realidad y no te has dado cuenta sino hasta ahora. 



1 ¡Ajá, dime qué ves!:

Jubeis Díaz dijo...

Toca leerte para no buscar y hallar otros caminos, con la esperanza de amanecer con el sol que calienta la cara

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Porque al que se le conoce hoy como profeta se le llamaba vidente: