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lunes, noviembre 09, 2020

CIUDAD Y ASOMBRO

Publicado por Yo soy Escribidor |

Yo soy de esos sorprendidos que insisten en que los demás también vean mis esporádicas sorpresas. Siempre digo que me sorprendo poco, pero me gusta pensar ─un poco karlbarthiano*─ que es necesario el asombro para poder vivir. En todo caso, la Barranquilla pandémica me sorprende; y no me sorprende porque hayamos llegado al pico antes que todos en el país, o que la gente ya renunció a su suerte y está a la de Dios por ahí, ni siquiera las fiestas de esquina con todo el trago infernal del mundo, no me sorprende que nos hemos cansado del encierro y que visitamos a los amigos y a los cinco minutos ya estamos sin tapabocas; quisiera decir acerca de estas y otras cosas, pero no. Lo que en realidad me sorprende es ese despertar biciclético que hay en la ciudad. 

Yo era de esos que, a falta de plata, empezaron a usar la cicla. Se lo debo a mi amigo David, que un día, desprevino, me la dejó para que la cuidara y luego se convirtió en mi constante. Pero vino la cuarentena y allí la arrumé, en el patio, con unos plásticos encimas; pero la gente, recién pudo salir, no dudó en hacerlo ─se me ocurre imaginarme un universo distópico en el que un virus mortal invade la vida, y que la gente solo se salvaría si sale todos los días a hacer ejercicio; la gente corre y corre diariamente y que quien no lo haga morirá irremediablemente─. 

De noche, a lo largo de la ciudad, Barranquilla es otro mundo donde las ciclas invadieron la cotidianidad. Me alegra mucho eso. En el Malecón, por ejemplo, la gente está entusiasmada con el deporte, con trotar, con patinar. No se les ve la cara en sus tapabocas, a veces, pero hay miradas de complicidad entre todos. 

Todo esto me sorprende porque hemos sido dejados para el ejercicio por largo años, y si hay algo que nos permitió la pandemia es la idea de salir a sudar. Me parece, después de todo, que ese ánimo de salir, que la mayoría termine en el Malecón ─con ese río salvaje que es el Magdalena─, es enfrentarse a una libertad de cielos abiertos, de gente que no se conoce, pero que corre como hacia ningún lado, de esfuerzo por una meta, por vivir, por seguir adelante, o como si el mundo no se hubiera detenido por una enfermedad y que le huimos en la cicla hasta ver ese Magdalena que crece ─porque las lluvias son inclementes─, y se ve el río como amenazando una catástrofe.  

Yo disfruto ver a la gente en cicla. A veces también me imagino que al acabar la pandemia, la gente se resignará a su vida anterior: ya no habrá necesidad de salir porque ya salimos todos. Por lo pronto, me monto en mi cicla y pedaleo. Confieso, con pena, que muchas veces, a mitad de camino, tengo la sensación de que me cansaré y que nunca llegaré al destino. Eso me pasa y suelo temer. 


*Karl Barth habla del asombro ✌.

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