DILDRETH MANDUCA
Es conocida como La Manduca. Es evangelista y, en sus ratos libres, instrumentadora quirúrgica. Trabaja con Carmen, Pachita, Gisella y Yaneth quien, en lugar de llamarla Dildreth, la llama Sulay. Es una de mis discípulas quien nos dice como se ponen unas tetas.
Tengo claro que sólo Dios puede hacerlas hermosas. Sólo sus manos pudieron crearlas tal cual. No obstante, hay mujeres que, por cosas de la naturaleza, no fueron favorecidas con mamas o senos –esos son sus nombres biológicos-; por tal razón, existen hombres comunes, iguales a ellas, quienes con sus manos, hacen que sus frustraciones queden reducidas a 300 cc de silicona o incluso más.
Por mi profesión me ha tocado lidiar con más de una mujer frustrada, triste y vacía por contar únicamente con un pezón y un tanto de glándula mamaria. Entran al quirófano con miedo, indefensas, con una ilusión, un sueño entre pecho y espalda; sólo su mente logra imaginar cómo las quieren, tamaño, forma, etc., pero nunca se imaginan el dolor y el peso que llegarán a sentir; aunque en ese momento, eso es lo de menos.
Una vez anestesiada, con muchas preguntas en su cabeza, inicia lo que para ellas es el fin de una vida de frustración; y para el equipo médico-quirúrgico, el comienzo de una cirugía: La mamoplastia de aumento. Una sencilla incisión en la areola indica que todo empezó. Ya no hay manera de arrepentirse. Unos cuantos vasos sanguíneos sangrando son la muestra de que hay vida. Llegamos al espacio después de luchar arduamente con una glándula dueña y señora de su territorio; lucha con ese dedo áspero e inclemente del cirujano; eso sí, antes de cualquier movimiento, ella ha decidido, por lo menos, donde quiere su nueva compañía, la que la va a acompañar el resto de la vida (bueno, si Dios le da permiso). Ya sea submuscular o subglandular, hay mucha tela por cortar.
Una profunda y amplia disección, da paso al gran bolsillo. Unas lágrimas más de sangre, algo de coagulación llegando al momento cumbre. Nos miramos unos con otros. Una lista de número nos muestra el anhelado tamaño. Algo dormida, y con suave voz, dice: “Que sean bonitas”, “que se vean naturales” o “las quiero grandes”. Únicamente queda mirar, por última vez, el alojamiento, su cara, la lista. Con un tanto de tensión, y como todo un juez, el cirujano da la postrera palabra: “Pasen el implante número…” Ahora, es él el protagonista. La mayor escena es el momento de su entrada, una vez más el cirujano hace gala de sus manos creadas por el Creado, el único que puede hacer las cosas perfectas.
2 ó 3 separadores, 4 manos, 10 dedos; son las herramientas necesarias para darle forma a la ilusión. Fuerzas opuestas luchando para que el implante pueda ocupar su nuevo espacio y mucho cuidado; pasos fundamentales, los ingredientes mágicos para un excelente procedimiento.
Una vez dentro, algo de acomodo. Revisión. Observación. Un vicryl 2/0 y un nylon 4/0 son los promotores de que todo quede bien suturado. Algunos retoques y todo terminó. Se limpian, se coloca vendaje y listo.
Ella aún sigue con miedo, se le informa que la cirugía terminó y sus ansias crece. Se traslada a recuperación donde viven su admiración o decepción por el resultado o para confirmar que lo que tenían en su imaginación se parece a su realidad. Unas lloran de alegría, otras simplemente callan porque aún no entienden o dicen: “Están grandes, pero me imagino que están inflamadas”. Viven un sueño hecho realidad.
Tengo que aclarar que por razones de la vida hay mujeres que se realizan esta cirugía porque la vida misma se encargó de quitárselas y hay hombres que lo hacen porque necesitan de ellas para sentirse como nosotras. Sólo doy gracias a Dios que aunque me canse o me aburra, hago parte de ese equipo de trabajo que Él utiliza para dar forma y sentido a mujeres que se siente incompletas y vacías.
Por mi profesión me ha tocado lidiar con más de una mujer frustrada, triste y vacía por contar únicamente con un pezón y un tanto de glándula mamaria. Entran al quirófano con miedo, indefensas, con una ilusión, un sueño entre pecho y espalda; sólo su mente logra imaginar cómo las quieren, tamaño, forma, etc., pero nunca se imaginan el dolor y el peso que llegarán a sentir; aunque en ese momento, eso es lo de menos.
Una vez anestesiada, con muchas preguntas en su cabeza, inicia lo que para ellas es el fin de una vida de frustración; y para el equipo médico-quirúrgico, el comienzo de una cirugía: La mamoplastia de aumento. Una sencilla incisión en la areola indica que todo empezó. Ya no hay manera de arrepentirse. Unos cuantos vasos sanguíneos sangrando son la muestra de que hay vida. Llegamos al espacio después de luchar arduamente con una glándula dueña y señora de su territorio; lucha con ese dedo áspero e inclemente del cirujano; eso sí, antes de cualquier movimiento, ella ha decidido, por lo menos, donde quiere su nueva compañía, la que la va a acompañar el resto de la vida (bueno, si Dios le da permiso). Ya sea submuscular o subglandular, hay mucha tela por cortar.
Una profunda y amplia disección, da paso al gran bolsillo. Unas lágrimas más de sangre, algo de coagulación llegando al momento cumbre. Nos miramos unos con otros. Una lista de número nos muestra el anhelado tamaño. Algo dormida, y con suave voz, dice: “Que sean bonitas”, “que se vean naturales” o “las quiero grandes”. Únicamente queda mirar, por última vez, el alojamiento, su cara, la lista. Con un tanto de tensión, y como todo un juez, el cirujano da la postrera palabra: “Pasen el implante número…” Ahora, es él el protagonista. La mayor escena es el momento de su entrada, una vez más el cirujano hace gala de sus manos creadas por el Creado, el único que puede hacer las cosas perfectas.
2 ó 3 separadores, 4 manos, 10 dedos; son las herramientas necesarias para darle forma a la ilusión. Fuerzas opuestas luchando para que el implante pueda ocupar su nuevo espacio y mucho cuidado; pasos fundamentales, los ingredientes mágicos para un excelente procedimiento.
Una vez dentro, algo de acomodo. Revisión. Observación. Un vicryl 2/0 y un nylon 4/0 son los promotores de que todo quede bien suturado. Algunos retoques y todo terminó. Se limpian, se coloca vendaje y listo.
Ella aún sigue con miedo, se le informa que la cirugía terminó y sus ansias crece. Se traslada a recuperación donde viven su admiración o decepción por el resultado o para confirmar que lo que tenían en su imaginación se parece a su realidad. Unas lloran de alegría, otras simplemente callan porque aún no entienden o dicen: “Están grandes, pero me imagino que están inflamadas”. Viven un sueño hecho realidad.
Tengo que aclarar que por razones de la vida hay mujeres que se realizan esta cirugía porque la vida misma se encargó de quitárselas y hay hombres que lo hacen porque necesitan de ellas para sentirse como nosotras. Sólo doy gracias a Dios que aunque me canse o me aburra, hago parte de ese equipo de trabajo que Él utiliza para dar forma y sentido a mujeres que se siente incompletas y vacías.