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lunes, noviembre 02, 2020

EJERCICIOS PARA UNA PANDEMIA

Publicado por Yo soy Escribidor |

Gimnasio y pandemia
Siempre fui muy obsesivo con el gimnasio. En 2015 siento que no vivía para otra cosa que no fuera entrenar y entrenar. Con frecuencia, olvidaba el día de descanso y hacía ejercicios por días y días, sin pensar cuándo fue la última vez que descansé; y cuando me daba cuenta de ese absurdo, descansaba no sin algo de culpa del merecido receso. 

El año pasado subí de peso de manera como siempre quise, aunque yo me veía igual. No era cierto. Comencé un proceso con unas pastillas milagrosas que añadí a mis obsesiones y que me tenía que tomar con un rigor monástico por 45 días, más o menos. Así lo hice. Preparé un cronograma con las dosis para cada día durante ese tiempo. Vi los resultados: llegué a un peso envidiable en comparación con ese otro de 2015, sin tener que preocuparme por la grasa abdominal; me veía chévere, a mi parecer, aunque yo  no lo consideraba tanto ─al ver fotos hoy me doy cuenta─.

Sin embargo, días previos a terminar esa rutina pastillesca, los cálculos renales hicieron su avanzada, como suelen hacerlo muy seguido. A pesar de que terminé las pastillas, tuve que cambiar la alimentación, la proteína que compré ─que quedó casi entera y era de extracto de carne─ y tomar descanso. Recién me mejoré retomé el gimnasio, pero mi cuerpo me exigió más: el 23 de diciembre me hicieron una litotricia que me dejó más incapacitado y que, en este año, me ha dejado más problemas de cálculos que otro tiempo en mi vida. 

Cuando llegó la cuarentena, las primeras semanas estuve en negación: entrenaría en casa porque no podía que más días pasaran en la pérdida muscular. Compré cosas: unos elásticos, unos soportes para flexiones, una colchoneta. Hacía un cardio inverosímil ─a mí que nunca me ha gustado─ y seguía creyendo que esto era un tiempo muy pequeño. No fue así: al tiempo me di cuenta de que estaba engañándome y que no quería hacer nada, que me sentía desanimado y que el cardio no me gustaba, que me aburrían los elásticos para entrenar en casa y que la colchoneta me daba alergia en la piel. Poco a poco me fui resignado a que no había gimnasio y no tenía por qué sentirme mal. Así fue. 

Ahora que retomo, siento que hay todavía algo ajeno. Me siento bien de regresar al gimnasio, me gusta, lo disfruto ─a pesar de que solo son 60 minutos y que hay que llegar antes y que hay que andar con un rigor de cirujano─, pero ya no reemplazo mis obsesiones allí, o eso intento. A veces lamento esta idea, pero creo que, en últimas, tuve que darme cuenta de que la vida es más que eso y que si, por ejemplo, la prioridad son otras cosas, así debe serlo. Siento que la cuarentena me liberó de una culpa mítica acerca de la idea de luchar en contra de mi delgadez antropológica. Y siento temor a veces de eso. Y a veces siento una resignación como de muerte de mascota. 

Hay momentos en los que el muerto me visita. El fantasma de que será imposible verme como antes. Después pienso que para qué, y me angustian otras realidades. 

 

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