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domingo, agosto 18, 2013

IMAGINANDO MÚSICA

Publicado por Yo soy Escribidor |



Hoy tuve imaginaciones extrañas. De alguna forma me ayudan a caminar y andar por la ciudad. Hoy tuve imaginaciones extrañas mientras veía el sonido de los carros y oía su andar con velocidad desprevenida. La gente, tan extraña a mí, no podía sino observar cómo puse los audífonos mientras sonaba la música. Me imaginé que en realidad nunca puse nada en mis orejas y que, en un ataque de esquizofrenia, escuchaba música que venía de algún lado desconocido, del cielo –quizás-, de Dios. Pensé que así podría hablar Dios sin que los demás pudieran saber qué me dice. La música seguía sonando y sé que los demás me veían, pero tenían demasiado con sus propias vidas.

Y suena la música y me imagino que no viene de un aparato ajeno a mi humanidad, sino de una parte de mi cerebro que reproduce canciones con armonías perfectas, acordes sinceros y voces desconocidas.

 Y suelo mirar a los otros, esos que no escuchan las maquinaciones musicales de mi mente, y siento pena por ellos. Siento pena genuina por no escuchar, no sólo una canción en especial, sino porque siguen en la misma dimensión de la cual huí por cortos minutos. La dimensión de esos carros andantes, de los vendedores esforzados y del ruido humano; quizás el del dolor.

Hoy tuve imaginaciones extrañas mientras sonaba la canción y aquellos me miraban con el dejo de la indiferencia. Y yo me sentí dichoso al saber que no podían escuchar una voz divina por encima de un aparato electrónico.

lunes, agosto 05, 2013

SIN EDICIÓN

Publicado por Yo soy Escribidor |

Hace algunos días, unos amigos de antaño, que vivimos experiencias fantásticas, nos hemos vuelto a encontrar. Pero no ha sido un encuentro usual; más bien, el Facebook facilitó eso. Con ellos viví gran parte de mi vida, compartí sueños imposibles, cantamos canciones alegres y demás menesteres que la amistad se le ocurra. En realidad no nos hemos visto. Ha sido un reencuentro lleno de palabras.
En medio de todo esto, noto algunas cosas, por ejemplo, que el tiempo ha pasado. Que el tiempo fue clemente con algunos, e irracional y desventurado con otros. Que no ha sido tan fácil el extrañarnos. Fue duro decir adiós. Fue un adiós sin decirlo: cada uno, poco a poco, sin decir palabra, se fue abriendo camino en la penumbra, en el vacío, en caminos que no nos atreveríamos a transitar. Fue un adiós absurdo, sin permiso. Fue un adiós que no
esperábamos, donde, al final, nos dimos cuenta del engaño del que habíamos sido víctimas. Fue el engaño que nos dio la vida. Nos engañó porque pensábamos que eso -aquello tan bueno- iba a durar para siempre, y allí, en ese momento en que lo creíamos, nos hicimos daño, nos herimos, nos gritamos improperios en medio de la frustración que sentimos, cuando el puente que nos unía a la Victoria, había sido derrumbado sin previo aviso.
Y entonces fue el llorar y el crujir de dientes.
Hoy nos hemos vuelto a encontrar. Cada quien escribe lo que quiere. El tiempo no pasa ahí en medio de todo lo que río. Pero siento el leve peso de pensar que es sólo una quimera brillante.
Por ello, he vuelto a pensar en ellos, y aquellos otros, que en algún momento se fueron, se van, no quieren regresar. Y me doy cuenta que he sido un miserable porque logro hacer el ejercicio catársico de no extrañar a nadie, porque es más fácil tolerar las despedidas centrándose en banalidades. 
Por ello, ahora, me estoy dando el tiempo para pensarlos, para mirar como antes, para leer minuciosamente las líneas y las risas codificadas en jajaja. Y, en este punto, tan solo no hablo de ellos; han sido más los que se han ido quedando en el camino del olvido, que yo intento tomarme la medicina del cariño para recordar en qué momento los borré de mi recuerdo, y en qué momento, ahora, vienen lejanamente.