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lunes, diciembre 15, 2014

La intolerancia de los tolerantes

Publicado por Yo soy Escribidor |



Los tolerantes toleramos todo: al feo, al bonito, al grande y al chico. Al gay, al heterosexual, a la lesbiana, al normal y al diferente. Toleramos la tolerancia, y toleramos querer tolerar. Pero los tolerantes no toleramos todo: no soportamos la intolerancia de los otros; ni siquiera, cuando esta intolerancia viene de nosotros mismos. Nos gritamos, nos odiamos, tratamos de hacer volver el mundo a la tolerancia. Pero la tolerancia tiene un límite y ahí intoleramos las ideas idiotas y el irrespeto de los demás.  

Intoleramos la razón resuelta y las verdades absolutas. La brisa de júbilo de los malvados y las pancartas en procura de la tolerancia de la sociedad. Sin embargo, toleramos. Nunca nuestra tolerancia es presa de una intolerancia malsana; nuestra desazón contraria tiene que ver con la intolerancia ajena, nunca la propia. 
Toleramos el sol de la ciudad, la playa poblada y las calles mojadas. Pero nunca la intolerancia en contra del sol, el descuido del mar y las lluvias insistentes de odio. 
Los tolerantes tratamos de no llegar al límite de la intolerancia. La intolerancia ya es una intolerancia absurda. Por ello, intoleramos los absurdos de los de ahí que no llegan al nivel de tolerancia requerido. Toleramos a los judíos, cristianos, evangélicos, testigos de Jehová, mormones, ateos, y demás; pero, sin mancha de error, no toleramos cuando ellos nos intoleran. 

¡Que Dios nos ampare!

Toleramos las diferencias raciales, las alturas de cabellos y colores de ojos. Toleramos la música cuando nos gusta; y, cuando no, apretamos la tolerancia para no intolerar; después de todo, la gracia es tolerar a los menos afortunados, a los intolerantes y a los tolerantes de cosas que no hay que tolerar. 

Porque sí, los tolerantes toleramos todo pero no es posible tolerar todo. No hay que tolerar a los viciosos de intolerancias, los golpes mal dados y malvados en el mundo de desigualdades sociales, no toleramos la vida triste de los menos afortunados, ni las injusticias nacidas de intolerancias unilaterales. No toleramos que podamos tolerar el abandono, la pobreza impuesta y la mofa de la muerte con su intolerancia frente a la vida. 

Que la Vida nos ampare de tolerar la intolerancia violenta de los otros, y la consecuencia de sus actos. No, señor. En ese punto, preferimos dejar la tolerancia a un lado y ser intolerantes con la tolerancia. Porque es mejor, después de todo, de miras a la tolerancia colectiva del horror, volverse un intolerante y luchar con palabras con fuerza hacia la tolerancia. 

Pero no nos dejemos llevar de intolerancias que no existen y sigamos tolerando todo: la música y el agua fría, las nubes negras y el llanto de la niñez, el negro, el blanco, el francés y el esperanto, todo. No caigamos en el juego de intolerar lo tolerable o de tolerar lo intolerable. 

O al revés. 

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miércoles, diciembre 03, 2014

LA TESIS: SEGUNDA PARTE

Publicado por Yo soy Escribidor |



Para leer la primera parte: ¡Aquí!

Cuando Jubeis comenzó a hablar en la sustentación, volví a saber por qué es mi amiga. En un momento, en medio de la emoción de su discurso, sentí una extraña sensación de asombro y de dolor mental. Tuve que tomar aire para que la angustia de satisfacción no me abrazara hacia las lágrimas. 

Siempre le tuve miedo a un trabajo escrito tan largo, como una tesis, a pesar que intentaba escribir en este blog, por aquel tiempo, ya lejano, de primer semestre. No eran éstos textos extensos –o no lo son-, y por ello, me sentía incapaz de los procesos dentro de la U. Quizás, también, la depresión siniestra que no me dejaba en paz: aunque a los ojos de muchos estaba bien, existía un vacío insospechado y vívido en todo lo que hacía. También, le tenía miedo, tal vez, a sentirme inútil frente a lo que enfrentaba dentro de la universidad. Había cosas que, aunque me eran fáciles de entender, no creía poder haberlas entendido tan fácil. De vez en cuando, le pedía ayuda a Jubeis, quien muy amablemente, me explicaba algunas cosas.

Jubeis y yo coincidimos en una clase electiva de música. Yo estaba en el tránsito de una gran depresión, un trastorno del pánico y de unas enfermedades físicas. Cuando la vi, supe que la había notado en la iglesia y decidí sentarme con ella. Allí supe que era normalista superior, que tenía una experiencia en pedagogía y que iba algunos semestres más adelante que yo. 


Por otro lado, en cuanto a esos primeros días, recuerdo en una de esas clases que tuve, una de Desarrollo Humano, donde la profesor Emiluz Jaraba me dijo, refiriéndose a la carrera: “Aquí te mueres poco a poco, pero serás feliz”. Y lo he sido. La Literatura me sirvió de escape muchas veces; leí de todo. Y en estas lecturas, encontré un amor no descubierto: la Lingüística. Aprendí la exactitud de la fonética y de la fonología. Suelo ser obsesivo con algunas perfecciones, y, para mí, escribir y analizar fonéticamente el mundo, me daba ciertas satisfacciones desmesuradas. 

Conocí a Carlos Andrés, Jhonny y a Paola Vargas quienes fueron mis amigos de inmediato. Aprendí a disfrutar todas las burlas posibles, de todos los momentos almorzados, o haciendo trabajos grupales. Pero Paola dejó de estudiar, por algunos aspectos, y conocimos a Yustin. Siempre lamenté, hasta el último día, el espacio que Paola dejó, porque había una conexión de amistad increíble que se había creado. Con Yustin avancé, algún tiempo después, esa primera tesis que luego no se llegó a nada, porque la terminamos cediendo a alguien más. 

Volviendo a las palabras de Emiluz, creo que he visto esto de morir poco a poco. La Literatura es un esfuerzo por escapar de la muerte. Es tratar de explicar los vacíos de la humanidad pero en su afán por resolverlos, su plurisignificación lo llena a uno de más vacíos, más preguntas y menos respuestas. Y uno muere con los otros, de los que lee, con los que viven. Ve la muerte –y la vida, de alguna forma- en muchas esferas más allá de un sepulcro o un cementerio. Y he sido feliz, porque esta dualidad de vida y muerte que están en la inútil Literatura satisface una necesidad profunda y más visceral: la de la existencia. Quizás, por eso, frente a la otrora depresión que se fue –al nivel como estaba- siento, de vez en cuando, un vacío inexplicable y, a ratos, disfrutable porque no muchos pueden entenderme plenamente. Aunque me da por soñar que es un vacío que Dios entiende y que respeta en dejarlo adrede. 

Pero no fue de Literatura la tesis, aunque la procuramos. Ni tampoco de las hermosas exactitudes de la Lingüística. Y no por falta de pasión: Marlon, Jubeis y yo hemos sido buenos académicamente en estas áreas. Sin embargo, Jubeis nos llevaba una ventaja evidente en el campo pedagógico; y allí fue donde ella le dio sopa y seco al evaluador que pretendía aminorarnos en plena sustentación.