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miércoles, marzo 19, 2014

ME FUI, ME FUI

Publicado por Yo soy Escribidor |



Yo nunca he sido católico. No me criaron como tal, ni tengo muchos conocimientos rituales alrededor del mismo. Nunca lo fui y sé que no lo seré, por lo menos, en 80 vidas. Nos criaron, desde niños, con valores cristianos y llevándonos a iglesias que, para la mayoría, serían catalogadas de protestantes; aunque yo, nunca me sentí protestando en contra del Vaticano. 

Desde hace dieciocho años encontré casi todo lo que yo quería en una iglesia Bautista. Encontré, en mi adolescencia, amigos, un lugar donde pasar mi tiempo, encontré una imagen de Dios, descubrí hacer cosas, ayudar a otros jóvenes. 

Con el tiempo, frente a las críticas que siempre tuvimos, logramos una Red de Jóvenes, donde cada sábado nos reuníamos, gran número de personas. Eran buenos tiempos. Aunque el plan, luego de todo esto, eran los perros calientes, reírnos y trabajar-siempre trabajar-en procura de otros jóvenes. 

Luego -los que saben-, esto se acabó por aspectos que no tienen que ver con esta entrada. Y todo se desvaneció y muchos partieron. Yo no. Yo preferí quedarme en el mismo lugar para seguir ‘pastoreando’ a los que tenía, algo que, sin duda, siempre ha sido algo importante para mí. También, dentro de todo este asunto, serví de maestro de la Escuela Bíblica que la Bautista posee. Gracias al Cielo y a uno que otro fanático, me fue bien. 

En octubre de 2013, luego de infortunios, en una lucha que parecía a mí mismo, renuncié a la Escuela. Siempre fui demasiado desadaptado para adaptarme, pero hacía el esfuerzo.  Renuncié porque comencé a darme cuenta que algo ahí no me llenaba y quizás estaba haciendo mucho esfuerzo en empujar una roca invisible. 

El director de la Escuela me entendió. Eso pareció en ese momento aunque después sus actitudes distaran de sus palabras. Fui 3 semanas más a la Iglesia, en procura de saber qué hacer, aun cuando ese proceso de alejamiento eclesiástico me estaba costando ya casi dos años, quizás más. Sin embargo, en la cuarta semana, al salir del servicio dominguero, camino a mi casa, supe, dentro de mí con una resignación profunda y viendo el papel caer en el suelo, que no iría más. Ahí, en ese bus triste hacia mi casa, comprendí y supe de primera mano que era mi tiempo de partir y dejar de lado las aflicciones que gané de buena gana y con entereza, durante el tiempo vivido ahí. 

Ayer me llamaron de la iglesia a ofrecerme un servicio de alguna cosa. Quien me habló, evidentemente, nunca supo en realidad quién era yo, ni de mi partida furtiva de esos lados. Yo seguí la corriente en la conversación porque tuve compasión de quien hablaba. No obstante, luego de colgar, pensé que durante estos meses, no he recibido las llamadas para saber qué me pasó en realidad, y que, al contrario, recibí una para algo donde debería invertir tiempo y plata. 

Por todo lo anterior, yo hoy decido hacer pública a todos mis contactos, amigos, conocidos, vecinos, chismosos, detractores, aduladores, compañeros de lucha, mejores amigos, bloguistas y demás, que me fui sin penas y sin glorias de la iglesia donde pasé gran parte de mi vida. Me fui por el tiempo necesario, y que espero no tener que regresar por ahora. 

Que gracias, que muchas gracias. Que no todo fue malo. Me dio amigos (también estos últimos amigos antes de irme), compañeros y más de 300 alegrías juntas, pero que el tiempo se fue corriendo y ya estuvo bueno. Que fue duro, llorada la cuestión. Que gracias por las últimas circunstancias, difíciles e involucrativas, que me terminaron por confirmar el peso de sobrar ahí. Que mi sentido de Dios, y lo que considero Iglesia, es como yo: de los que no cabemos en el estándar. 

Paradójicamente, mientras escribo esto, suena en el fondo de mi casa Héctor Lavoe “todo tiene su final…”, y yo en lugar de estar triste, me echo dos pases en la cocina de mi casa, sabiendo que, todo el tiempo, hice lo correcto; y que los míos, los que me siguen, allí están siempre, escondidos detrás de la ventana, esperando salir y gritar “Sorpresa”, y ver la alegría plena.

Dejo cancioncita de Allá te Espero.



domingo, marzo 16, 2014

SUMARIO I: EL DRUMMER Y LA MOTO

Publicado por Yo soy Escribidor |

El Drummer
El Drummer me dijo que lo acompañara donde su abuela. "En moto", me dijo. En la moto que ya hoy es vieja. Su abuela vive a unas cuantas cuadras, pero viaje en moto, con amigos, es un buen plan.

Quizás por su arrojo frente a la vida, y el desenfreno adolescente de esos tiempos, el Drummer no tenía sentido de la seguridad mientras manejaba esa moto. No había señales de tránsito válidas para él, no había límite de velocidad, no había recato frente a la indefensa moto y de su pasajero que le decía que la cogiera suave, que parecía un loco.

Y la locura no se detuvo nunca. Fuimos donde su abuela, sanos y salvos. Y regresé -insistí en montarme-, sano y salvo. En esos tiempos, él no tenía sentido de la seguridad encima de una moto, y yo, más loco que él, montado irresponsablemente sobre la moto del escarnio.

Esperé que eso no ocurriera nunca más. Cuál equivocado estaba cuando el reto a seguir, algunos años después, era el cumpleaños de un primo suyo. El camino era más tenebroso, más largo y más peligroso. Recuerdo haber recordado su locura primaria encima de la moto, y de su irreparable sentido de la seguridad. ¿Qué hice yo? Lo correcto: "Drummer, iremos a esa fiesta, montados en esa moto, y que no nos pille la policía"; no tenía papeles, seguro, ni licencias, como si las irresponsabilidades fueran pocas.

Encima de esa moto, nos metimos por un camino que, cuando llueve, es un indómito arroyo, pero que la fortuna de la Providencia, nos permitió atravesar con el recuerdo lejano de un río de lluvias. Luego, cruzar la Circunvalar, tan variada, imprecisa y llena de carros a diestras y siniestras. "Cálmate, Drummer". "Vamos despacio, Drummer". "Dale suave, Drummer".

Hasta llegar a la fiesta, como si fuera cosa de todos los días estar montado en una moto loca. Recuerdo tomarme algunos traguitos de un whiskey y de una cerveza que no esperaba. Él, por supuesto, impertérrito frente a los menesteres del alcohol, porque no es lo de él, sin duda. Aunque él siempre aduce que toma sólo whiskey, que no recuerdo que tomó en aquella ocasión.

Ya en la despedida, la moto en mitad del bulevar en la Ciudadela se quedó atascada. Estúpida moto, con sus estúpidas irregularidades, a la vista de unos policías en moto que pasaron mirando con ojo crítico.

"Drummer, la policía", le dije. "Cálmate, que no va a suceder nada. Esos manes pasan, ven dos pelaos como nosotros y no se van a devolver porque plata no hay", increspó él.

Él tenía razón.

Así emprendimos el viaje de vuelta por el mismo camino de Circunvalar y arroyo seco. La moto y su velocidad. El Drummer y su seguridad cierta. No obstante, él, frente a todo lo calmo que se mostró, confesó luego que a él también le había dado algo de miedo todo.

"Las papas calientes", dijo en su espectacular coloquio barranquillero.