Mi querido amigo Alexánder, mientras estuvo en París, logró enviarme pequeñas cápsulas de viajes en metro -y otras más- en un intercambio que él y yo tuvimos de información por medio de correos electrónicos. Mensajería ésta de difícil publicación, ahora en este tiempo. Cartas casi llenas de amores parisinos y letras de ida y de venida. Por ello, publico la primera de otras locuras que el muy bien ponderado licenciado en Humanidades -y hablador de francés, y de mierda, por qué no- me hizo llegar. Espero que sean de su gusto. Intenté, por tal razón, añadirles las tildes que el neo-parisino nacido en Lucero no pudo presionar en su teclado, que si no me falla la memoria, ostentaba ser árabe.
CHARLES MICHEL
Tengo frío. Me siento y descubro de inmediato una mujer cincuentona que me recuerda a la mujer de John Lennon. No puedo evitar mirarla. Ella está como todos -como tantos otros- mirando fijo, mirando nada. Se ve tan pequeña y frágil ensopada en un abrigo viejo y terrorífico que parece un león cansado que flota delicadamente en su cuerpo. Esta rara especie de abrigo tiene unas tiras ásperas y marrones que parecen cuero tostado que se dejan ver tímidamente entre la mortecina piel peluda. Al final de la prenda, hay un encaje negro y muerto que permite de inmediato calcular la edad del espécimen-ropa. Decido escribir cada detalle en mi cuaderno de francés. Su cabello negro y liso le da a su rostro una dignidad teatral, caricaturesca. Ahora miro sus manos y me percato que tiene un sólo guante color hueso. Está roto. Miro entro las fisuras y descubro su mano esquelética; la otra mano es flaca y amarilla. El pasajero de al lado le dice: < Madame>>. Ella le responde con un giro tan habitual dentro del metro para dar paso, pero no se reincorpora como todos, como tantos otros, sino que ha quedado ahí, como enroscada, encorvada. Petrificada en la silla. Juega con sus dedos, esqueléticos, deletreando algo inaudible para mí con sus finos labios. De repente, como si supiera que la miro, sube la cabeza. No me mira a mí. Fija la mirada en mi cuaderno. Su aspecto tiene algo oscuro. Nuevamente miro el encaje de su abrigo que me resulta tan poco funcional, tan incomprensible en lo violento de su conjunto como mujer de metro de París. Al segundo, habla con su compañero de viaje. ¡Ah! Ahora sí escucho su voz de gata vieja: un francés triste y viejo se articula desde su boca. Sale entre la multitud. La pierdo en la distancia.
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5 ¡Ajá, dime qué ves!:
me agradó, excelente narración o descripción... que se yo... lo que sí sé es que fue como una fotografía... o como diría yo en mi película legal un retrato hablado... es como si lo estuviera viendo, que capacidad nos dió el Señor a través de la imaginación y la creatividad
no me gusto, parece la letra de un corrido norteño...tengo todavia el sabor a plastico.
La vida suele ponernos cara se "dignidad teatral, caricauresca" frente a nuestro desasosiego.
Qué poético, es la belleza del viejo continente, quisiera ir para acumular experiencias iguales :(
Creo que algo le falta. Esperemos las otras cápsulas.
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Porque al que se le conoce hoy como profeta se le llamaba vidente: