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jueves, agosto 20, 2015

UNA VOZ CONOCIDA QUE DESCONOCE LA VERDAD

Publicado por Yo soy Escribidor |


Dedicatoria

Ayer le contaba a J que a veces escucho voces conocidas en mi cabeza. Quiero creer que a todos nos pasa, aun cuando a J le pareció raro. El asunto es así: en general cuando pienso en alguien, o cuando alguien se aproxima a mi recuerdo, puedo escuchar un tono particular de ese alguien. Me sucede, también, cuando se trata de mensajes de textos, o comunicación por Wasap: en algunos casos, ciertas frases, me suenan en mi mente con la voz de quien me habla. 

Le contaba a J el caso particular con él, ese día: mi mente reprodujo en un recuerdo su voz, su risa. “A veces escucho tu risa en mi mente”, le dije. Y paso seguido, le expliqué mi situación más atípica en esto, con mi amigo L. 

A L es raro escucharle la voz. De hecho, es alguien  que cuida sus palabras, no emite un juicio sin fundamento; su voz es, más bien, silenciosa. Cuando calla, suelo escucharlo. Paradójicamente a esto, cuando hablábamos por Wasap, él era más fluido; acaso no necesitaba las cuerdas vocales para esto. Sin embargo, y muy a pesar que disfrutaba estas conversaciones, en la realidad primaba el silencio. De aquí, pues, que en cada conversación con él, por un medio diferente al del sonido, yo escuchaba en mi mente, a cada una de sus palabras, una voz que no era la de él. 

En mi mente nunca estuvo su voz real. Era una voz desconocida para mí. Supongo que, al tener pocos recuerdos de la realidad, la artimaña de la nostalgia fue otorgarle una voz que no era la de él. Un par de veces se lo comenté: “Es otra voz la que escucho cuando te leo”. A veces intentaba ajustar cada palabra al recuerdo escaso de su voz lejana, y no cuadraba. No daba. No era la voz. Era, quizás, otro L que estaba ahí en mi mente, que se reprodujo solo, que era un irreal real. Él, sabiamente, me dijo que poco a poco iría pasando, que la voz sería la de él. 

Y así fue. 

Hice la terapia, de vez en cuando, lo llamaba por teléfono; y aunque evidentemente dominaba la conversación yo, sus pocas palabras me ayudaron a sincronizar mi realidad. Poco a poco, en algunas frases, en algunas risas, en algunas palabras, fui notando cómo la voz intrusa cedía paso a la de L y a sus sonidos. Poco a poco –tenía razón él-, ya las frases no me eran desconocidas, ya se me ajustaban a la situación. 

Pero eso cambió. 

Por aspectos que nada tienen que ver con esta entrada, tuvimos que separar las distancias. Cada uno lo asumió con entereza, y, por supuesto, era lo mejor, no sólo para los dos, sino para una colectividad que miraba la viga en el ojo ajeno. De eso, ya hace algunos meses. Quedamos en hablar cuando se pudiera. 

Hace poco, en mis quehaceres de vida, lo recordé. Y noté, tristemente, que había vuelto la voz intrusa, y que no sabía cómo era su voz: Lo había vuelto a olvidar. No era L y sus pocas palabras. No era L y sus silencios dicientes. Era el usurpador de la nostalgia que resucitó sin darme cuenta. 

Entonces nos vimos por fin para aclarar las diferencias nefastas del ayer, ahora que la marea bajó. Y para mi sorpresa, ha sido el momento donde más lo escuché. Claro, y me habló, una vez, con un gesto que no desconocía. Era un gesto que había visto en alguien más cuando estaba a punto del colapso, pero nunca en L. Y tuve miedo. Tuve temor de un colapso próximo porque su gesto así me lo decía. 

Pero no hubo colapso en él.

Y lo escuché. 

Y noto que su voz ya no es la intrusa. 

Por ahora, por lo menos.

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