Después me encontré solo en aquella sala mientras esperaba mi turno para el procedimiento. Todo permanecía en silencio y únicamente se escuchaba el tic tic tic del ritmo cardíaco de un paciente que estaba siendo intervenido. Ya me habían canalizado la vena, y las personas que antes estaban allí, se fueron. Estaba solo y me sentí solo.
Algunos días antes, el coloproctólogo me había dicho la obligatoriedad de una colonoscopia, y sólo pensar en esa palabra, complica la hombría y, de cierta manera, la dignidad que tengo. Al parecer era necesario el procedimiento para detectar la raíz de mis males digestivos. Ahora estaba a punto de permitir a un hombre ver mi intimidad, sin la posibilidad de la defensa.
El anestesiólogo puso el sedante en el catéter que tenía en mi mano izquierda. Ahora era mi ritmo cardíaco el cual sonaba. Tic tic tic. La droga hizo su efecto: desinhibir mi vida y olvidar algunos recuerdos. Disfruté de una temprana alegría, como hace algunos años no sentía. Dije haber entrado en la Matrix y que allí se entra con la píldora azul o roja. En realidad no sé cuál es la que tomó Neo en la película; la mía fue de un color beige que entraba por mi vena. Luego de eso, y en plena alegría, fui intervenido –con todo lo que eso significa-; un dolor en el estómago que fue extraño sentir. Para mí, el procedimiento duró 3 minutos; pero sé que fue alrededor de 15 ó 20 minutos.
Ya en recuperación, recomendé al anestesiólogo grabar un Cd de boleros porque, a mi parecer, tenía talento para eso.
“Me gusta el bolero”, creo que fue lo que me dijo; bajo el efecto sicotrópico no sé que es verdad o qué producto de mi imaginación.
Otro médico me guío a encontrarme con mis acompañantes. Creo que tenía una sonrisa en mi rostro. No vi a nadie y pensé que se habían ido, y que me habían dejado solo. Por primera vez, la presencia de la soledad no fue triste. Tales pensamientos fueron interrumpidos cuando vi a Jaime, quien atendió las indicaciones del médico –las cuales no recuerdo-, y me abrazó para evitar que me cayera. Aunque creía que era un momento feliz, era todo lo contrario, sólo que no lo sabía; el letargo en que se vive en Barranquilla. Luego he pensado que el abrazo de mi amigo me acompañaba no en el falso gozo sino para evitar caer más bajo. No tengo memoria de lo que hablamos en el taxi. Mi papá hablaba más de lo normal pero no me estorbaba.
¿Qué hablé durante esos minutos? Cuando alguien está bajo el efecto narcótico, en ese estado que no pertenece a la realidad, el hombre pone a prueba sus miserias. Comienza a mezclar su realidad con su imaginación y el pensamiento onírico llega de un solo golpe; el hombre, aquí, no sabe qué día es, no sabe que es verdad. Bajo los efectos de los sedante, uno vive la alegría que le hace falta a sus días.
No obstante lo anterior, mientras almorzaba noté que el efecto de la substancia iba desapareciendo y, poco a poco, me abrazó una extrema aflicción que podía descifrar. Entendí que la alegría que viví respondió al fruto sideral de la droga. Comprendí que los adictos, cuando el efecto de la droga está pasando y se están enfrentando a la profunda tristeza de su adicción, buscan acallar su alma con más dosis de dolor y vicio. Conviertiendo la vida en un círculo interminable de luchas campales por vivir en un mundo irreal.
Si me preguntan que si me dolió, responderé que no; sólo el dolor en el estómago. ¿Que si fue como lo imaginé? No, aunque los resultados no fueron tan gratos. Dice el médico que tengo que someterme a un procedimiento, el cual no tengo para hacerlo. Hemos optado por la dieta que me ayuda un poco, pero que no sé cuándo debe caducar y que, por momentos, en lugar de ayudarme, empeora mi mente.
Por momentos, recuerdo la sensación del sedante que recibí y que me da miedo volver a vivir eso porque en esa condición todos los malos me parecen buenos, y el dolor necesita dosis frecuentes de engaño; porque hasta la muerte me parece buena gente.
Algunos días antes, el coloproctólogo me había dicho la obligatoriedad de una colonoscopia, y sólo pensar en esa palabra, complica la hombría y, de cierta manera, la dignidad que tengo. Al parecer era necesario el procedimiento para detectar la raíz de mis males digestivos. Ahora estaba a punto de permitir a un hombre ver mi intimidad, sin la posibilidad de la defensa.
El anestesiólogo puso el sedante en el catéter que tenía en mi mano izquierda. Ahora era mi ritmo cardíaco el cual sonaba. Tic tic tic. La droga hizo su efecto: desinhibir mi vida y olvidar algunos recuerdos. Disfruté de una temprana alegría, como hace algunos años no sentía. Dije haber entrado en la Matrix y que allí se entra con la píldora azul o roja. En realidad no sé cuál es la que tomó Neo en la película; la mía fue de un color beige que entraba por mi vena. Luego de eso, y en plena alegría, fui intervenido –con todo lo que eso significa-; un dolor en el estómago que fue extraño sentir. Para mí, el procedimiento duró 3 minutos; pero sé que fue alrededor de 15 ó 20 minutos.
Ya en recuperación, recomendé al anestesiólogo grabar un Cd de boleros porque, a mi parecer, tenía talento para eso.
“Me gusta el bolero”, creo que fue lo que me dijo; bajo el efecto sicotrópico no sé que es verdad o qué producto de mi imaginación.
Otro médico me guío a encontrarme con mis acompañantes. Creo que tenía una sonrisa en mi rostro. No vi a nadie y pensé que se habían ido, y que me habían dejado solo. Por primera vez, la presencia de la soledad no fue triste. Tales pensamientos fueron interrumpidos cuando vi a Jaime, quien atendió las indicaciones del médico –las cuales no recuerdo-, y me abrazó para evitar que me cayera. Aunque creía que era un momento feliz, era todo lo contrario, sólo que no lo sabía; el letargo en que se vive en Barranquilla. Luego he pensado que el abrazo de mi amigo me acompañaba no en el falso gozo sino para evitar caer más bajo. No tengo memoria de lo que hablamos en el taxi. Mi papá hablaba más de lo normal pero no me estorbaba.
¿Qué hablé durante esos minutos? Cuando alguien está bajo el efecto narcótico, en ese estado que no pertenece a la realidad, el hombre pone a prueba sus miserias. Comienza a mezclar su realidad con su imaginación y el pensamiento onírico llega de un solo golpe; el hombre, aquí, no sabe qué día es, no sabe que es verdad. Bajo los efectos de los sedante, uno vive la alegría que le hace falta a sus días.
No obstante lo anterior, mientras almorzaba noté que el efecto de la substancia iba desapareciendo y, poco a poco, me abrazó una extrema aflicción que podía descifrar. Entendí que la alegría que viví respondió al fruto sideral de la droga. Comprendí que los adictos, cuando el efecto de la droga está pasando y se están enfrentando a la profunda tristeza de su adicción, buscan acallar su alma con más dosis de dolor y vicio. Conviertiendo la vida en un círculo interminable de luchas campales por vivir en un mundo irreal.
Si me preguntan que si me dolió, responderé que no; sólo el dolor en el estómago. ¿Que si fue como lo imaginé? No, aunque los resultados no fueron tan gratos. Dice el médico que tengo que someterme a un procedimiento, el cual no tengo para hacerlo. Hemos optado por la dieta que me ayuda un poco, pero que no sé cuándo debe caducar y que, por momentos, en lugar de ayudarme, empeora mi mente.
Por momentos, recuerdo la sensación del sedante que recibí y que me da miedo volver a vivir eso porque en esa condición todos los malos me parecen buenos, y el dolor necesita dosis frecuentes de engaño; porque hasta la muerte me parece buena gente.
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2 ¡Ajá, dime qué ves!:
::::El dolor necesita dosis frecuentes de engaño:::: A persar del riesgo a la adicción, estoy de acuerdo. Lo que aún no logro establecer, son los intervalos de tiempo en que las dosis deben ser suministradas, supongo además, que la cantidad debe ser directamente proporcional al carácter del procedimiento.
"...Todos los malos me parecen bueno..." ¿Y si todos estamos sedados?
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Porque al que se le conoce hoy como profeta se le llamaba vidente: