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miércoles, febrero 12, 2014

CONTESTACIÓN AL SEÑOR DE ALLÁ

Publicado por Yo soy Escribidor |





“Se fue la huella que dejabas con tu dedo,

se fueron los altares y los credos,

las reglas que inventabas con tu amor. “

Leonel García



Usted, señor de allá, me ha preguntado que por qué le pego si usted no ha hecho nada. Y yo me espanto en medio de las mentiras y verdades de su cruel interrogante. Porque no le pego más que con mis miradas hacia el lado contrario de usted mismo; le pego, no con el puño de la traición, sino con la bofetada de la ausencia. ¿No ha hecho nada? Eso también me gustaría refutarlo, porque lo ha hecho todo, o en parte, o casi nada; ese es el problema. 


Me ha dicho que su amor no depende de sus ausencias y presencias. Supongo que tiene razón, pero el olvido sí tiene que ver con las ausencias, y ahí sí nos confundimos en aliteraciones de estar, no estoy, no estaré y estaré. Y el soporte inclemente a veces es mucho para mí, tan acostumbrado a acostumbrarme.


A usted, señor de allá, he pensado en regalar un cubo de Rubik. La última vez que vino, intentó armarlo durante toda la instancia que estuvo. No pudo. Yo tuve que hacerlo luego que usted, señor de allá, se fue. Es que vino a armar un cubo que era mío y no pudo, no lo pudo armar, se armó el quilombo –dirían en la Argentina de allá­-, o se armó el bololó –digo yo acá-. He pensado regalárselo, pero no le he decidido. Quizás si se lo doy, aprenderá a armar mecánicamente caos, aunque, sin duda, no nos sirva de metáfora en la vida. 


La gota sí cayó, pero cayó cuando ya no había retorno, señor, usted de allá, porque usted es siempre del más allá, y yo siempre un poco más acá. Y de su lado, la alegría es evidente, el alcohol vale la pena como tributo a la amnesia, y el cigarrillo se acaba para empezar otro. Sí, el amor no se acaba como el ron o el cigarro, pero, los de acá, tenemos dudas.


No podría volver a quererlo. Esto sería un pleonasmo absurdo: usted, señor de allá, sabe que ya lo quiero, y lo quiero mucho. Y que se le quiso mucho, pero nos hacemos los idiotas comiendo raspao y dejándonos que la leche condensada endulce el momento. Cuando tengo la sensación de que es fácil extrañarlo –ya nos conocerá- compramos más dulce que alivien el amargo recuerdo de sus ojos tristes.


Sí, he dicho ojos tristes. Esos ojos tristes que vi ese día. La tristeza se le nota –no es por nosotros, eso creo-. Está triste porque vive una vida normal, sin el sobresalto catártico de los días, porque no se ha enamorado pero actúa como tal, porque quiere comprar el pan de doscientos y solo le alcanza para el de cien. Está triste, eso lo sé bien, porque aprendí a descifrarlo. Y quizás sí está triste por nosotros, después de todo: ya no tiene las conversaciones que lo desestabilizaban en su existencia tan igual a la nuestra, pero tan antónima cuando se le ve por allá.


¿Qué si lo quiero? Sí, lo espero siempre, como no, pero me las aguanto, como los hombres de verdad, como los que no damos abrazos y besos, tan en contraste con su abrazo en la puerta y el beso en el cachete que uno no espera. Lo quiero sí, pero usted escogió por nosotros. Usted se fue y ni siquiera la foto nos sirvió para reemplazarlo, porque ahí no pudimos encontrarlo tantas veces que le imprimimos su cara, para ponerlo en las fotos junto a nosotros, para que los demás no se dieran cuenta que se había ido, y que sólo nos quedó un papel impreso lleno de nada.


Su amor no depende de ausencias y presencias, es cierto. Pero el olvido sí.  En cualquier momento no dude en escribirme con sus palabras dulces; pero tenga cuidado que usted, señor de allá, y yo sabemos el poder de éstas.



 Safe Creative #1402120132743

2 ¡Ajá, dime qué ves!:

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
El Principiante dijo...

Leído.
Por ahí, por donde dice la parte del pan de 200, hay una "solo" que debería ser "sólo".

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Porque al que se le conoce hoy como profeta se le llamaba vidente: