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miércoles, octubre 07, 2015

SABACTANI TATUADO

Publicado por Yo soy Escribidor |

Ningún pentecostés de alas
ardientes desciende sobre mí”
Olga Orozco


Tengo, entre los libros que poseo, algunos que, sin duda, salvaría de un potencial diluvio. Diré sólo dos que son muy importantes para mí. En primer lugar, salvaría una versión usada que tengo de Rayuela que me regaló mi amiga Jubeis. Este libro lo salvaría por el peso emocional con el que lo recibí. No se trata tan sólo de Rayuela, sino de lo que ha llegado a significar este libro destartalado -En este texto leo su dedicatoria, entre tantas cosas dice: “privilegiadamente errante…” (hablando de mí), quizás por cosas de ese tipo-.*

Otro de esos libros, que espero rescatar, sin temor a dudas, es “Sabactani. En el final era el verbo”, de Eliana Gilmartin [sic].

Describir lo que ha significado cada línea, cada verso, cada espacio, es poder asumir la realidad de una humanidad descalza. Mi experiencia con el libro no tiene caducidad. Allí encontré traducidas mis palabras. Allí pude descifrarme y descifrar al otro. Allí pude acercarme al Dios en el que creo. Sí: puedo ver un Jesús desgarrador, humano y mortal.

Cada prosa poética es un canto a la existencia, a la intemperie; a descubrirnos desnudos frente a la Vida, y frente a las inclemencias de continuar. Es poder acercarme al Sabactani finito del Carpintero; y estar cerca, por supuesto, de mis Sabactanis rutinarios: esos de mi abandono.

Ya sé qué es sentirse solo. También conozco las marcas con que lo tachan a uno. Ya huí de la iglesia donde viví por tantos años. Ya sé qué es sentir que todos tienes las respuestas a tus sufrimientos. Sé qué es mirarse al espejo y no encontrarse allí. Y sé también qué es vivir en la periferia de lo que no aplicamos. Ya vivo mi temor a la muerte, sin temor de que me maten los otros por lo que pienso. Ya sé qué es no tener las respuesta frente al dolor de lo que me han llorado cerca. Ya sé entender. Y sé qué es tener consuelo con los abrazos que pido.

Muchos me han preguntado por mi nuevo tatuaje: es el Cristo de San Juan de la Cruz, de Salvador Dalí. El tatuaje es más grande lo que pensé, y yace en mi brazo izquierdo. Ese cuadro es una estructura apasionante. Existe un ángulo misterioso en el que la Cruz se extiende en una vertical inverosímil, pero que juega con la visión y se puede apreciar una proyección distinta del crucificado. Este Jesús no está en la tierra, no mira al cielo, no le conocemos el rostro, no está en una completa verticalidad ni horizontalidad; es un enigma de salvador. Es un Jesús abandonado en medio de la nada, que está allí sostenido, mientras una apacible calma de pescadores ronda a la humanidad, debajo.  

Ya algunos me han dicho que por qué no lo hice con el Salvador no crucificado. O que por qué no tiene el pelo largo este Jesús. O si, quizás, una crucifixión no es demasiada. Siempre hay quienes le dicen a uno qué vivir, cómo hacerlo y, por supuesto, qué tatuarse. Es cierto: hace algunos años no hubiera imaginado soportar dolores innecesarios para un tatuaje; sin embargo, hoy día, todas mis respuestas, y sentido de este escrito, se traducen en las  palabras de Eliana, cuando ella, hace algún tiempo, y manifestando el Sabactani jesuánico, escribió:

«Gran teólogo Dalí.
»Su cabeza a la altura de mis ojos. No lo mira dios sino yo. Yo ahí en el instante misterioso. ¿Por qué estoy ahí?
»Está oscuro. Posiblemente pronuncie su sabactani pero sin dejar de mirar hacia abajo. No mira a dios. ¿Ya murió?
» ¿Qué mira este Jesús que no dirige sus ojos al cielo como en las pinturas tradicionales? y ¿Quién lo mira a él?»**

Quizás por eso, y por más, ese libro lo he salvado de los diluvios que arrasan sin reparos. Y, de paso, cada línea me ha salvado a mí de mis propias inundaciones diarias.






*Asuntos que serán motivos de otras entradas.
**Tomado de Twitter

1 ¡Ajá, dime qué ves!:

Emmanuel Villegas dijo...

Bueno, profeta. No había considerado el cabello corto del nazareno "yacente" en tu brazo, quizás por falta de observación, tabú o un asenso de mi subconsciente watchtoweriano.

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Porque al que se le conoce hoy como profeta se le llamaba vidente: