“David, ¿estás seguro de que esta es la mejor manera
que tienes para enfrentar la situación?”
Desgracia, Coetzee
Cayena en hombro, 2014 |
Miro mi tatuaje. Veo los colores y
las formas que se lograron. Sin embargo, lo siento lejano a mí, lo veo y,
quizás, no me pertenece. Está en el hombro, en el izquierdo (ese hombro que
está más caído que el otro); el tatuaje es más grande que los demás y lo puedo ver con
facilidad. Lo veo distante y me gusta, pero no tengo tiempo para asimilar, para sentirlo mío. No, no tengo tiempo. Ahora no es el momento, aún. Ya vendrá la
larga semana de reposo, de sanidad de la piel, de cremas, de picazón y del
cuidado. Sólo tengo tiempo para eso: mirarlo de vez en cuando y no vivir la
alegría completa. Es una rara sensación.
Cuando está sanando, me hago
preguntas: ¿para qué demonios me lo hice? Pero encuentro las respuestas
rápidamente. ¿Qué tal si muero mañana y
no lo disfruto? Nunca tendré el hombro como antes lo tenía. No obstante, lo
cuido. Ahora tengo leves rastros de sensaciones alegres frente a las preguntas
desparramadas dentro de mis porqués.
Fueron varias horas. Fueron casi
seis horas haciéndolo. Después de un tiempo, el cansancio es evidente. Salgo
con Carlos, casi a las 12 de la noche, del local en busca de un taxi. También están
conmigo, han llegado de sorpresa contenta –mis sorpresas no pueden ser
catastróficas- Jaidelin y Darwin, ellos viven al frente.
"Estar feliz y sin embargo no ser feliz. Ah pero nunca imaginé que el estar feliz incluyera ¿sabes? tanta tristeza."
Primavera con una esquina rota, Benedetti
Tengo la leve sospecha de una
alegría desconocida. ¿Así se sentirán las mujeres cuando se ponen tetas cuando creían
que les faltaban? ¿Sentirá así el transgénero que no se pertenece en su cuerpo,
hasta que lo logra? ¿Así, los demás cuando se tatúan profusamente? Me pregunto
en mi soledad. Le comento a mi amigo estos asuntos y él asiente.
La picazón es terrible. No me
rasco. Aguanto. Me lavo. Me echo crema. Me miro al espejo. Concluyo. El rito
que se repite. Cae una cascarita de él.
Tres tatuajes, 2014 |
En estos días, hace algunos años,
fui operado de la columna. Mis primeros tatuajes están alojados ahí. Me han
propuesto que me tatúe en mi cicatriz. No lo haré. Es una herida que amo. Cada
punto que se despliega por ella. Cada sensación en mis dedos cuando la toco.
Amo la cicatriz, aunque lucho con la vergüenza de ser visto. Sí, he tenido
arrojos y me quito la camisa, pero siempre tengo vergüenza; es una especie de
desnudez impuesta. Algo que sería sólo mío.
Por ello, mis tatuajes están ahí,
los primeros: una mano que simula una crucifixión, un versículo y una boa que
se tragó un elefante (de El Principito). No me avergüenzo de mi cicatriz, sino
de las preguntas que tengo que responder cuando está a la vista. Con los
tatuajes me engaño un poco. Engaño a los demás en las preguntas que tienen que
hacerme.
Han pasado muchos años desde
aquella vez en la cual entré en el quirófano. También me parece una historia
lejana. Tenía otros amigos. Algunos que todavía están. Hoy día, no tocaría ni
un punto de mi espalda cicatrizada por un tatuaje encima de ella. A los lados.
Por supuesto, a los lados; nunca ahí. De alguna forma, siento que esa
cremallera de carne habla más de mí que otras cosas aparentemente evidentes.
Voy en el taxi. Llego a mi casa y
me lavo el hombro por primera vez con el tatuaje, me echo la crema con cuidado
y lo observo. No medito en el acto. Sólo observo. No tengo tiempo para
asimilarlo aún. Dentro de una semana, lo haré y me daré cuenta que no responde
a mi adicción o a llenar los vacíos emocionales (como dijo mi madre, que tal
vez tenga razón), sino a sentir que le faltaba algo. Sí, un vacío como el
mencionado, pero distinto, eso creo.
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2 ¡Ajá, dime qué ves!:
PIENSO TANTAS COSAS VIENDO TU TATUAJE... PRIMERO LO QUE TE DEBE HABER COSTADO Y AÚN NADA QUE ME INVITAS A BURGUER KING (NO SÉ SI SE ESCRIBE ASÍ), Y DE LA CREMALLERA DE LA ESPALDA PIENSO QUE ES EL CIERRE DE TU DISFRAZ DE HUMANO; ALGO ASÍ COMO LOS QUE SALEN EN HOMBRES DE NEGRO; SOLO QUE TU VESTIDO LO TIENE EN LA ESPALDA Y EL MIO EN EL PECHO. ILY. DORIS
Te leo, así como leo tus tatuajes a la distancia, así como leo el amor que nos ha inundado; así te leo.
De principio a fin es un buen escrito, tanto así que comienza con epígrafe de otro de nuestros libros tristes: Desgracia.
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Porque al que se le conoce hoy como profeta se le llamaba vidente: