“El olor del último hálito,
el olor suave y
efímero del alma liberada
del cuerpo.”
Desgracia, Coetzee
En estos días falleció una prima.
Era alguien que siempre tenía buen ánimo y nunca la recuerdo sin que tuviera una
sonrisa en su rostro. Murió aparentemente joven en sus cuarentaitantos años, y
dejó, sin duda, el recuerdo en sus hijos, ya casados y establecidos.
Los funerales de mi familia –por ser,
en su mayoría, de corrientes cristianas- no están plagados de llantos
incontrolables ni de pregoneras de dolores ajenos. Son, más bien –si se podría
decir-, esperanzadores frente a la muerte, en la cual, pareciera, no haber
esperanza.
A pesar de las distintas maneras de
teovisionar de mi familia (hay de
todos y para todos, incluyéndonos a nosotros, tan del otro lado de la
cristiandad aparente), en momentos como éste recuerdo que existe un lazo profundo
en medio de la oscura muerte, que nos une como familia: creemos en una promesa
de una vida mejor, y lo manifestamos cuando todos, al unísono, cantamos Cuando allá se pase lista o Cuán gloriosa será la
mañana. Creo que, desde niño, supe que la muerte hacía parte de la vida y
que no había que expiarse buscando a Dios como culpable de esta autonomía
extraña que posee vivir. Y no hubo necesidad de que nos explicaran por qué Dios
permitió que se muriera. Creemos entender.
Hace algún tiempo, un discípulo de
iglesia recibió la muerte de un primo. Yo asistí al velorio, con el ánimo
cierto de hacerle compañía. Allí, él me dijo que llevara una enseñanza, un
corto mensaje a toda la familia, porque él se sentía que no podía, aunque, evidentemente, él fuera el más indicado. Yo dije que sí. ¡Dije que sí y no sabría qué
decir! ¿Qué dice uno cuando el difunto irá a la tierra? ¿Qué se supone que uno
argumenta frente al dolor? ¿Cómo rayos digo algo que satisfaga o, por lo menos,
sea escuchado? Dije que sí.
Yo me imaginé que sería en la
funeraria lo que diría. No, ahí no fue porque pronto el tiempo pasó y fue
difícil acordar una enseñanza ahí; yo con mi poca experiencia de predicador de
esperanza frente a la muerte. Supuse, entonces, que tal cosa no sucedería; me
relajé un poco.
Frente a la marcha fúnebre, ya a
punto de introducir el cajón en la urna del aniquilamiento, mi discípulo de
iglesia interrumpió a los cargadores, y dijo que un gran amigo suyo tenía un
mensaje que dar: “Davi, ven…”; yo
pensé que no ocurriría.
¿Qué podría decir que yo crea y que
haya respeto y que sea prudente y que sea…? Las múltiples preguntas que pasaron
por mi cabeza en cortos segundos. Entonces, sin pensar mucho pero creyéndolo
como quien se agarra de una rama frente al precipicio, como si el mundo dependiera
de eso, como si no hubiera esperanza, con la fuerza de mi inexactitud
teológica, con la certeza de mis esfuerzos, con la angustia de tener el cajón a
menos de un metro de distancia, como a quien ha visto la luz en la oscuridad, y
como a quien le arde su corazón en un camino de Emaús, grité: “Jesús dijo: ‘Yo soy la Resurrección y la
Vida; quien cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.’”
Y ahí continué.
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5 ¡Ajá, dime qué ves!:
¡Excelente!
Hermoso. :)
uhhh , me gusto mucho , creo que escribiste exactamente lo que nos sucedes aquellos que asistimos a un funeral pero que en el fondo sabemos que allí no termina todo.
Me encanta...ufff llegaste donde quería que escribieras ...
Jesús venció la terrible idea de morir. Morir, se convirtió en la esperanza de vida. Gracias maestro. Gracias davi.
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Porque al que se le conoce hoy como profeta se le llamaba vidente: