Alguien me dijo que escribiera, y eso hago. No porque me toque puesto que, como siempre digo, lo único que me toca en esta vida es morirme. De hecho es un buen tema para comenzar: mi deseo de morir. Casi cristalizado en aquel siniestro instante de soledad y desdicha donde pensé que si tan solo tomaba otra más todo estaría bien ya, cesarían los cuestionamientos de mi vida vacía, acallaría las hijueputas voces interinas ansiosas de dolor, y cumpliría el aparente sueño del día; acabar con la malparidez existencial.
Yo no hablo de Jesús, o Jehová, o Jebús, o como le digan a ese personaje salido de una historieta que se tomaron muy en serio. No creo en nada celestial o glorioso. Quizás es por eso que me siento solo. Supongo que Súper Jesús o JehoBATMAN habrían podido salvarme esa noche, quién sabe. A veces me gusta pensar que lo hicieron porque por momentos sucumbe mi voluntad ante la maldita presión de un cerebro que no puede cargar más mi gigantesco ego y la necesidad imperiosa de atención que me posee y me hace humano. Pero al final del día, recapacito. Recuerdo que en ese momento en mi cuarto, desde aquella tarde de abril cuando me rompieron el corazón llegando hasta la madrugada de anoche cuando me masturbé, estuve solo.
Lo más triste de mi vida es que no he cambiado. Sigo siendo testarudo, egocéntrico y solitario. No creo que en el futuro cercano crea en nada más allá de los contados días que me quedan en esta mugre tierra, y así vivo mi vida. Cuando me miro al espejo no veo al ‘lindo’ que ve mi… Ni sé cómo definirla; veo un hombre con sueños rotos, desconectado de la realidad, de sonrisas contadas y con el deseo de ser normal; porque el mundo se me tiró un día encima, cual puta de 10 pesos, y me dejó eyaculando mis sueños para finalmente tirarlos por el maloliente inodoro del olvido y la desazón de una vida vuelta mierda.
No te pido que sientas lástima por mí; por favor ni lo intentes, si algo cierto es que mejor que tú soy. Sólo te pido que analices tu vida, y como diría el Gran Elkin: Vivas Eternamente Libre.