Para leer la primera parte: ¡Aquí!
Cuando
Jubeis comenzó a hablar en la sustentación, volví a saber por qué es mi amiga.
En un momento, en medio de la emoción de su discurso, sentí una extraña
sensación de asombro y de dolor mental. Tuve que tomar aire para que la angustia de satisfacción no me abrazara hacia las lágrimas.
Siempre le
tuve miedo a un trabajo escrito tan largo, como una tesis, a pesar que
intentaba escribir en este blog, por aquel tiempo, ya lejano, de primer semestre. No eran éstos textos
extensos –o no lo son-, y por ello, me sentía incapaz de los procesos dentro de
la U. Quizás, también, la depresión siniestra que no me dejaba en paz: aunque a
los ojos de muchos estaba bien, existía un vacío insospechado y vívido en todo
lo que hacía. También, le tenía miedo, tal vez, a sentirme inútil frente a lo
que enfrentaba dentro de la universidad. Había cosas que, aunque me eran
fáciles de entender, no creía poder haberlas entendido tan fácil. De vez en cuando,
le pedía ayuda a Jubeis, quien muy amablemente, me explicaba algunas cosas.
Jubeis y yo
coincidimos en una clase electiva de música. Yo estaba en el tránsito de una
gran depresión, un trastorno del pánico y de unas enfermedades físicas. Cuando
la vi, supe que la había notado en la iglesia y decidí sentarme con ella. Allí
supe que era normalista superior, que tenía una experiencia en pedagogía y que
iba algunos semestres más adelante que yo.
Por otro lado, en cuanto a esos primeros días, recuerdo en
una de esas clases que tuve, una de Desarrollo Humano, donde la
profesor Emiluz Jaraba me dijo, refiriéndose a la carrera: “Aquí te mueres poco
a poco, pero serás feliz”. Y lo he sido. La Literatura me sirvió de escape
muchas veces; leí de todo. Y en estas lecturas, encontré un amor no
descubierto: la Lingüística. Aprendí la exactitud de la fonética y de la
fonología. Suelo ser obsesivo con algunas perfecciones, y, para mí, escribir y
analizar fonéticamente el mundo, me daba ciertas satisfacciones desmesuradas.
Conocí a
Carlos Andrés, Jhonny y a Paola Vargas quienes fueron mis amigos de inmediato.
Aprendí a disfrutar todas las burlas posibles, de todos los momentos almorzados,
o haciendo trabajos grupales. Pero Paola dejó de estudiar, por algunos
aspectos, y conocimos a Yustin. Siempre lamenté, hasta el último día, el
espacio que Paola dejó, porque había una conexión de amistad increíble que se había
creado. Con Yustin avancé, algún tiempo después, esa primera tesis que luego no
se llegó a nada, porque la terminamos cediendo a alguien más.
Volviendo a
las palabras de Emiluz, creo que he visto esto de morir poco a poco. La
Literatura es un esfuerzo por escapar de la muerte. Es tratar de explicar los
vacíos de la humanidad pero en su afán por resolverlos, su plurisignificación
lo llena a uno de más vacíos, más preguntas y menos respuestas. Y uno muere con
los otros, de los que lee, con los que viven. Ve la muerte –y la vida, de
alguna forma- en muchas esferas más allá de un sepulcro o un cementerio. Y he
sido feliz, porque esta dualidad de vida y muerte que están en la inútil
Literatura satisface una necesidad profunda y más visceral: la de la
existencia. Quizás, por eso, frente a la otrora depresión que se fue –al nivel
como estaba- siento, de vez en cuando, un vacío inexplicable y, a ratos,
disfrutable porque no muchos pueden entenderme plenamente. Aunque me da por
soñar que es un vacío que Dios entiende y que respeta en dejarlo adrede.
Pero no fue
de Literatura la tesis, aunque la procuramos. Ni tampoco de las hermosas exactitudes
de la Lingüística. Y no por falta de pasión: Marlon, Jubeis y yo hemos sido
buenos académicamente en estas áreas. Sin embargo, Jubeis nos llevaba una
ventaja evidente en el campo pedagógico; y allí fue donde ella le dio sopa y
seco al evaluador que pretendía aminorarnos en plena sustentación.
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