Estábamos ahí justo para sustentar lo que, sin duda, era
un buen trabajo. Ya se habían suscitado muchos problemas alrededor del proyecto
de investigación, pero ahí estábamos. Hacer un proyecto como ése significó la
metáfora de un largo camino que recorrimos, no sólo en la universidad, sino en
toda una gran etapa de altibajos humanos.
En ese instante, una de los evaluadores nos dijo que la
coordinadora del programa no encontraba nuestros papeles, “y sin eso no pueden sustentar”. Nos sugirió ir corriendo desde este
lejano bloque H a aquel D. “Que les vea
la cara para ver si se acuerda”. “Vamos
los tres”, dijimos. Marlon y yo corríamos sin reparo frente a la vista de
los otros que no entendían una correndilla de ese nivel. Jubeis, por su lado,
aceleraba el paso en sus tacones.
Hace algún tiempo atrás, en un semestre que no recuerdo
comencé mi primer trabajo de investigación que tenía que ver con la escritura y
las funciones del pensamiento. Sinceramente, no era del todo mi gusto. Sin
embargo, con la asesoría de Jubeis, logré avanzar para poder entregar algo que
no fuera vergonzoso para la clase. La profesora en cuestión: Vilma Benavides.
No obstante lo bien que me fue, decidí algo que fuera más
acorde a mis necesidades y que pudiera, por supuesto, compartir con gusto. Fue
ahí cuando, con ayuda de una profesora, pudimos ingresar a un semillero de
investigación de Lingüística. En esta ocasión, le echaríamos la fuerza a sacar
adelante un proyecto de multiculturalidad. Jubeis y yo comenzamos a avanzar,
frente a los vientos y mareas adversos que, en una universidad pública,
existen.
Estudiar en una universidad pública, en muchos sentidos, es
satisfactorio, pero también, frustrante. Existen procesos que uno no entiende,
o no hay un direccionamiento claro, o todo es postergable. Ese fue este caso: a
pesar de tener un gran anteproyecto, la frustración por el estancamiento era
evidente. No había más nada que hacer. Todo ostentaba de ser bueno, pero no
había resultados.
En la casa de Óscar, meditando en esto, decidimos volver a
lo que nos apasionaba más; poco sabíamos que la U tenía otros planes. Allí,
decidimos realizar una intertextualidad entre Chespirito y el Quijote. Sonaba
bien. Nos gustó. Soñamos un rato. Al comentar a un profesor, nos sugirió también
Cantinflas. Lastimosamente, frente a su sugerencia, él apeló al poco tiempo y
espacio para su asesoría. Allí comenzamos la búsqueda para seguir adelante. Fue
aquí cuando se nos unió Marlon que andaba sin patria y sin horizonte en la
Tierra.
Recorrimos a distintos profesores de Literatura. Todos
los consultados, a pesar de resaltar nuestro enfoque, argüían no tener tiempo o
estar muy ocupados o que ya no o que quizás por otro lado. En esa búsqueda,
pues, decidimos pedirle a la coordinadora que nos asignara un asesor de manera
formal; ésta fue Eliana Díaz. Ya nos sentíamos en paz, por poco tiempo, en ese
diciembre de 2013.
Ella revisó y nos puso una cita para un trece de
diciembre, si mi memoria no falla (Ya esta fecha es una metáfora). Allí, previa
lectura del texto, nos dijo que era conveniente cambiar el proyecto porque
requería mucho tiempo, y leer más de la cuenta, reuniones interminables con
otros grupos que ella asesoraba, investigar como siete meses y luego escribir. Si
decidíamos continuar la tesis anterior –la de Chespirito-, ella nos sugería
buscar otro asesor. “A esa altura de la
vida, en diciembre, imposible”, pensé. Buscando, pensando, resignándonos,
decimos lo impensable: cambiar la tesis1: ahora sería de la poesía
negra de Jorge Artel, con un adelanto en enero. La decepción no hizo espera.
Muy a pesar de los tambores de Artel, que resuenan con
poder, los antecedentes eran de un absurdo aburrimiento. Tanto así que la
Literatura perdía forma. Renunciamos. Carta en mano, adiós, un divorcio
anunciado.
Volvimos a lo simple. Trabajo duro: un proyecto
educativo. Escritura. Un nuevo asesor que nos rechazó. Nueva asesora: Vilma
Benavides, mi primera profesora de investigación. “Yo te lo dije, David”, con una rabia de mamá que sabe lo que dice, “las cosas aquí son así, pero ustedes son
tercos”, “¿Y quién es ese Marlon?”
finalizaba. Tenía razón.
Y ahora corríamos a buscar los papeles que no aparecían…
1 1. Nuestro
trabajo de investigación decidimos llamarlo así, a pesar que muchos han dicho
que no era una tesis; seguimos en lo nuestro: tesis y se acabó.
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