Hoy,
hace un año, estábamos en la casa de María, en su sala, frente al computador, y
en realidad, todos conociéndonos. Ese día conocí a David. Decir que lo conocí
ese día, en el sentido amplio de la palabra, sería una falacia, porque ya había
hablado con él en alguna ocasión y, siendo sinceros –pensaba yo-, me interesaba
muy poco ser su amigo. Ese día lo conocí. Pude tener una conversación alrededor
de la Teología y de otras libertades que se da uno. Ese día caí en la cuenta
que, algún tiempo atrás, en la puerta de una iglesia olvidada, pensé que quizás
seríamos amigos.
Carlos tomando la foto |
Ese
grupo (los de la casa de María) prontamente encontramos qué hacer los domingos, los
sábados, todos los días, todas las llamadas, todos los mensajes y todas las
fotos que nos tomamos. La Literatura, el baile, el “los de entonces” de Neruda,
el vino y las canciones de Juan Gabriel, eran parte activa de cada reunión.
De
eso tan bueno, a veces, no dan tanto. Durante este año, aborté definitivamente
mi idea gregaria que dista de otros. Adriana ya no está; se fue a Medellín a
estudiar. Carlitos ya no está con María. Y María tampoco está. David se cambió
de look y recibió muy velozmente el golpe inclemente de la soledad eclesiástica
y se fue, al igual que yo, sin penas y sin glorias.
David mirando a Dios |
Ha
sido un año en el que David llegó a constituirse, no sólo el obvio tocayo, sino
una extensión de mi hermandad. Fue el apoyo fuerte cuando caí en enfermedad. Ha
sido el ausente de ciertos momentos, pero el presente en la conexión
metagenética.
Hoy
tenía pensado recordarlo, celebrando, de alguna forma, el aniversario del
encuentro definitivo que nos hizo amigos, pero me ocupé en aquí y en allá. No obstante,
no fue suficiente los quehaceres varios, de esta tarde nostálgica y
barranquillera, para olvidarlo.
Ya su colección de cucarachas no está. Se fueron más momentos que compartir. Sus hermanos
llegaron a ser mis amigos. La lluvia cae sobre la ciudad y roza la nostalgia de
todos; inunda de diluvio la soledad y el tiempo.
Pero,
qué carajos, el año pasó.
“El
7 conocí a David”, le dije a Adriana. “En un año pasa de todo”, me dijo ella;
sentí un fuerte peso de remembranza, y asentí esperando la lluvia.
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Porque al que se le conoce hoy como profeta se le llamaba vidente: