El plan era ir a clases. Sí, nos
gustaba estar en clases y aprender literatura. Algunas asignaturas no la
compartíamos; entonces, al final de las mismas, nos buscábamos, nos encontrábamos
y nos abrazábamos como si el mundo dependiera de eso. Charlie, al igual que yo,
es afectuoso y nunca ha tenido un prejuicio frente al amor.
Pero nunca decidimos, ya entrados
en menesteres académicos, devolvernos a nuestros hogares, en el mismo bus de
siempre, pagando el pasaje completo. ¡Ni Dios lo permitiera! Lo mejor que
podíamos hacer era tan solo pagar mil pesos y que nos quedara algo ahí para alimentarnos
en ese viaje de una hora. Para pagar así, había, pues, que emprender hazañas
circenses volando el torniquete.
Charlie |
Cada día, al salir, y cuando
estábamos juntos, recolectábamos los mil pesos respectivos. Evidentemente, como
nos sobraba algún dinerito, éste se invertía en algo comestible; porque, eso
sí, con hambre no se puede volar torniquete. Comprábamos una arepa de queso,
generalmente. En muchos casos, era acompañado de otras personas; sin embargo, a
veces, el dinero no daba para tanto, y, pacientemente, esperábamos que todos se
fueran para comprar la arepa para la fuerza respectiva del salto del escarnio.
La idea de volarnos los
torniquetes fue de él. Y era el plan de esos días. Descubrí prontamente que no
se trataba de ahorrar plata, sino de la aventura y la alegría que eso produce. Por
eso, también, sin duda, nos abrigaba cierto escrúpulo: nos íbamos a caminar a
una parte oscura en la carretera, alejados de la gente que nos viera coger un
bus así, y alzábamos el dedo índice en señal de mil pesos. En la mayoría de los
casos los conductores de Sobusa entendían y nos decían que Rápido, rápido. Nos
fue bien.
Con Charlie, las arepas y los
torniquetes volados siempre sabían mejor. Valía la pena no pagar el pasaje
completo por estar en el bus cantando y reírnos de esos otros tontos que sí
daban el dinero exacto.
Charlas en la U |
De la primera vez que estaba en esto, yo, penoso y tímido como soy, esperaba que él hiciera la labor respectiva
de hablar con el conductor, y que todo fluyera. Estaba un poco equivocado,
porque la señal del dedo de mil pesos, no estaba dentro de mi presupuesto ese
día -y ninguno quizás-. No obstante, aprendí con Charlie que la pena se iba rápidamente cuando me resistía por
pena hacerlo. Él tajante frente a esto, volteó a mirarme, y con seguridad
extrema me dijo: “Alza el hijueputa dedo”.
Luego de eso, frente al asombro que eso me produjo, no pude, por más que quise,
bajar mi hijueputa dedo para tener que pagar más dinero por estar en un viaje
de vueltas sin él.
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6 ¡Ajá, dime qué ves!:
Genial como siempre mi querido amigo. Doris
Yo siempre tengo el hijueputa dedo abajo. Me da pena la labor clandestina de volar torniquetes. ¡Saludos!
Reguillo, necesitarás un amigo tajante que te ayude a no bajar nunca el dedo, ni el brazo, ni el rostro, y que nada de eso tenga el epíteto cruel de hijueputa.
Una sola cosa queda por celebrar. La amistad, los felicito porque tienen una muy fuerte y bella.
Una sola cosa queda por celebrar. La amistad, los felicito porque tienen una muy fuerte y bella.
¿aún lo hacen?
Quizá algún día de estos mi amiga y yo podamos hacerlo con ustedes.. :)
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Porque al que se le conoce hoy como profeta se le llamaba vidente: