Imagen |
En las reflexiones que uno comienza hacer en la vida a
cierta edad –que no tiene que ver con lo cronológico, más bien un asunto de
terquedad-, es inevitable el espejo en el que uno se mira para ver las
imperfecciones sobre el rostro. Hay más arrugas que las que había hace un par
de años, una mancha nueva que salió sin avisar y un par de canas que debieron
estar en mejor posición.
He estado pensado en estos días si la imagen difusa que me
brinda el espejo es la misma con la que me miré hace años. O más: si la imagen
con la que soñé a posteridad es la esa que veo emparejada en mi realidad y en mi
imaginario. Me temo que no.
Veo más defectos ahora que antes porque ya estoy en el futuro
sobre mi reflejo; ya no es lo que debía
ser sino que lo es. Es el rostro
más cansado de lo normal, más ciego de las mismas miopías de siempre y con la
desviación en un incisivo frontal que nadie notó; también con la misma oreja
diferenciada que se resiste a ser mostrada.
Me toco la cara con furia, buscando, quizás, que sea lo que
sembré años anteriores. Busco, entre los dedos sobre el rostro, que se ubiquen
las formas, los ojos, que se estiren las imperfecciones, que se vea natural mi
felicidad sobre la sonrisa. Me cubro los espacios que ya no tienen pelo sobre
mi frente y no puedo, por más que
quiero, cubrir la desazón del decreto que veo y leo. Mis dedos actúan como un
alfarero reconstruyendo sobre el barro un modelo que ya no tiene vuelta atrás.
Y miro en mi alma. Dentro. Como si pudiera leer lo
incomprensible, lo trascendental, hurgando en la caneca de mis errores y en los
aciertos que tuve. Me doy razones para escribir sobre la hoja de papel, quitando
el espejo que está al frente como juez siniestro del presente.
Y mientras me veo de lado ahora, un mejor ángulo de lo que
soy, de lado, escucho mejor a quienes esperaban este momento para saber que
estaban en lo cierto en mis ilusiones. Sí, ésta es también una imagen difusa
que se refleja inmisericorde de espalda al pasado; y la esperanza como un niño
asustado se escode debajo de la cama.
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Porque al que se le conoce hoy como profeta se le llamaba vidente: