Liseth, 2013 |
Ahora estaba mirándola a los ojos
mientras ella me decía la pura verdad.
Hace algunos años, la historia de nuestras vidas era distinta; quizás,
engañados por el ambiente, éramos felices.
Pero ahora me miraste a los ojos.
Fue en tu casa y hablaste del exilio del que somos víctimas: Después de lo que
pasó, no hubo espacio para nosotros. Y así fue.
“Después de todo, mi exilio es mío. No todos tienen un exilio propio”
|Benedetti|
Recuerdo tu cabello cuando
veíamos televisión que, hoy día, quedó reducido a un corte que te hace ver como
una mamá responsable y con buen gusto, por supuesto. Recuerdo también el amor
que la televisión nos permitió vivir, las comidas servidas por tu madre y las
risas absurdas de todos, incluyendo a tus hermanos y primo.
La vida –o la gente- nos quitó
parte de nuestros sueños. Fue un dolor profundo cuando nos dimos cuenta que todo
había acabado. Y tenías razón, y todos nos dimos cuenta, luego, que finalizó
nuestras vidas y que era cuestión de tiempo para que cada uno tomara las maletas,
sin mirar atrás.
“Nuestras necesidades son nuestros miedos” |Promises, una película
israelí|
Tengo miedos, muchos miedos.
Miedos de muchas formas. Miedos de sabores varios y de tamaños diversos. Mis
miedos no son los miedos de los demás. Quizás por ello demoré más tiempo en huir
del lugar donde no estábamos ya. Miedo a la calle, a la ciudad, a la gente, a
la comida, miedo al predicador, a los detractores, a la Biblia, miedo al miedo y
miedo a no tenerlo. Miedo al Absoluto, miedo a llorar y miedo que se noten mis
lágrimas. Pero el miedo se irá un día. El miedo pasará. El miedo mutará en una
silente resignación. Y viviremos con eso. Aunque mi gran miedo, casi como de
muerte, es el temor al Olvido: que alguien borre sus recuerdos donde viví y que
no haya nada después.
“Hay un exilio peor que el de las fronteras: es el exilio del corazón” |Abad
Faciolince|
"Cuando Neruda es un Recuerdo", 2013 |
Y ahora estabas allí, diciéndome
la pura verdad. Diciéndome, por ejemplo, que muchos se encargaron de ir
haciendo lo posible para que nuestras alas fueran cortadas a retazos malvados.
Entonces comenzaron los nuevos chismes, que siempre son los mismos de siempre,
con la gente de siempre y otros nuevos que no nos soportaban. Pero los chismes,
en la soledad, son más duros de enfrentar. Tú te fuiste, fuiste la penúltima;
luego yo, tomé mi cartera de ilusiones rotas, mi bolso de utopías, mi maletín
de nuevos amigos, y me despedí.
Y tú ahora, con el recuerdo de tu
visita en la casa de Neruda (un cuaderno y un llavero) me decías que el exilio
será en otro país. Y fue ahí cuando me di cuenta que era mejor no hablar de
eso. Prometí no llorar el día del adiós.
“Pero todos tenían un temblor evasivo en la voz y una incertidumbre en
las pupilas que traicionaban a las palabras” |García Márquez|
Ya me iba para mi morada, pero tú
te irías un poco más lejos. En la sala de tu casa, mientras también te
despedías de otra, yo te dije que me quedaban en el recuerdo aquellas tardes
donde veíamos… Allí, sin previa advertencia, el nudo en la garganta fue igual
de difícil de tragar como el adiós. No pude hablar más.
Y allí, los dos, como si el mundo
dependiera de eso, lloramos juntos en la sala, abrazados, tristes, resignados y
sufriendo por el ayer, por el hoy. Allí, no hubo estoicismo en los ojos: el
abrazo del llanto y del “pronto nos veremos”.
“Llorar hace mal al semblante pero hace mejor al corazón” |Eclesiastés
7:3|
Luego fui a mi casa, comí y dormí.